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Babilonia

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1.  Nabucodonosor. 2 Reyes 24, 1-17.

Pasaron los años y los reyes de Judá se olvidaron de Dios y volvieron a hacer el mal. 
El penúltimo rey Joaquín se sometió a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y obligó a todos los habitantes de Judá a pagarle impuestos.
Pero después de tres años, Joaquín se rebeló contra Nabucodonosor. En respuesta, el rey de Babilonia mandó todo su ejército y arrasó Jerusalén. Diez mil judíos, entre los que estaban el rey Joaquín y los principales gobernantes de Jerusalén, fueron obligados a abandonar la ciudad para ir a Babilonia cautivos. 
También se llevaron a Babilonia los tesoros del Templo.


2.  Sedecías, el último rey de Judá. 2 Reyes 25, 1-22; Jeremías 38, 14-28; 39, 1-14; 28-29; 42-44.

El rey de Babilonia nombró entonces rey de Judá a Sedecías, pariente del rey Joaquín, que tampoco quiso seguir a Dios.
Llegó un momento en que el rey Sedecías pensó rebelarse contra Nabucodonosor y fue a preguntar al profeta Jeremías. 
Así dice Dios —dijo Jeremías—: si sigues sometido a Nabucodonosor, salvarás tu vida y Jerusalén no será incendiada. Pero si no, destruirán la ciudad y tú no escaparás.
Sedecías encerró a Jeremías, no hizo caso de sus palabras y se rebeló a los babilonios. 
Entonces el rey de Babilonia entró en Jerusalén y su ejército incendió el palacio y las casas de la ciudad, destruyó las murallas y, de nuevo, obligó a miles de judíos a ir a Babilonia prisioneros. 
Sedecías intentó escapar, pero, tal como había anunciado Jeremías, fue capturado y, después de dejarlo ciego, le obligaron a ir a Babilonia. 
Para el reino del sur o Judá habían comenzado los años de destierro en Babilonia. Pero no para Jeremías, a quien Dios protegió en medio del saqueo.
Los pocos que quedaron en Judá tras el destierro a Babilonia fueron gobernados por Godolías. Los jefes de los babilonios se reunieron con él y acordaron que si obedecían podían vivir en paz.
Gololias fue asesinado por sus propios soldados que preferían desobedecer a los babilonios y huir a Egipto.
Jeremías le advirtió que no huyeran a Egipto. Pero, en vez de hacer caso a Jeremías, hicieron ofrendas a una falsa diosa y fueron a Egipto. 
Y sucedió lo que Jeremías había anunciado. Todos lo que se fueron murieron: unos, nada más llegar a Egipto, y los demás, cuando Nabucodonosor extendió su reinado a Egipto y los mandó matar.

3.  Jeremías infunde esperanza. Jeremías 29, 5-23; Salmo 137.

Los judíos que vivían cautivos en Babilonia se dejaron llevar por la tristeza y se lamentaban:
“Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos acordándonos de Jerusalén. Nos piden que cantemos, pero ¿cómo podemos cantar alegres aquí, en tierra extranjera?”.
Jeremías les escribió una carta animándolos a no perder la esperanza: 
-   Ahora que estáis desterrados en Babilonia, construid casas, cultivad los huertos, formad familias, tened hijos… Esto es lo que Dios quiere. Sed amigos de todos y trabajad por el bien de esa tierra donde ahora vivís, pues su bien será el bien de todos. Ya llegará el momento de que volváis a vuestra tierra. Pero mientras tanto, no olvidéis a Dios. Buscadlo de todo corazón, que Él estará con vosotros.

4. Ezequiel anuncia la liberación. Ezequiel 37, 1-14.

Mientras que Jeremías mantenía la esperanza de los que habían quedado en el reino del sur o Judá y no habían sido llevados a Babilonia. Otro profeta de Dios, llamado Ezequiel, daba esperanza a los desterrados en Babilonia.
Un día, Dios llevó a Ezequiel a un valle lleno de huesos.  
-  ¿Crees que esos huesos podrán volver a la vida? —le preguntó Dios. Ezequiel esperó la respuesta de Dios, que dijo—: Ezequiel, di a esos huesos que escuchen mi palabra.
Ezequiel pidió a los huesos que escucharan a Dios. Entonces se oyó un gran estruendo, la tierra tembló y los huesos se unieron entre sí y se cubrieron de carne y de piel.
Luego, Dios mandó sobre ellos su espíritu y se pusieron en pie y revivieron.
-  Estos huesos son como el pueblo de Israel —dijo Dios a Ezequiel—. Igual que he hecho con ellos, así infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis, y os estableceré de nuevo en vuestra tierra. Y los reinos de Israel y de Judá volverán a tener una tierra y estar unidos.

5.  El buen pastor. Ezequiel 34-36.

Dios hizo saber a Ezequiel lo que iba a hacer. Así Ezequiel podría contarlo al pueblo judío y mantener viva la esperanza.
-   Como un buen pastor recuenta sus ovejas, las reúne y las cuida, Yo buscaré a todos los hebreos dispersos por las naciones para llevarlos de nuevo a la tierra de Canaán —anunció Dios—. Yo mismo pastorearé a mis ovejas y las haré descansar, buscaré a la perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la que está herida y curaré a la enferma.
Luego Dios habló a Ezequiel de cómo sería la nueva Jerusalén, la patria del nuevo Israel con el que establecería una nueva alianza:
-   Tendrá trigo en abundancia. Multiplicaré los frutos de sus árboles y las cosechas, y nunca volveréis a pasar hambre. Nunca más seréis esclavos de otras naciones —dijo Dios—. Y os daré un corazón y un espíritu nuevos para que viváis según mis mandamientos y guardéis mis leyes.  
Y así, Dios sería el Buen Pastor del nuevo pueblo que se estaba preparando.

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