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Elías y Eliseo

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1.  Los reinos de Judá y de Israel. 1 Reyes 12, 1-33.
Jeroboam era un servidor de Salomón que había huido a Egipto tras discutir con el rey Salomón. Pero cuando este murió, Jeroboam volvió de Egipto y se presentó ante el nuevo rey, que era Roboam, un hijo de Salomón, Jeroboam dijo al rey:     
—    Tu padre nos impuso una carga muy pesada. 
 Si tú la haces más ligera, te serviremos.
—    Mi padre os impuso un yugo pesado, pero yo lo haré más pesado todavía - contestó Roboam. Entonces Jeroboam, y todo Israel con él, se rebeló y, al final, tal como Dios había dicho, se formaron dos reinos: uno, el de Judá, que siguió a Roboam y cuya ciudad más importante era Jerusalén, y otro, el reino de Israel, que siguió a Jeroboam.  
Pero los israelitas seguían yendo a Jerusalén para ofrecer sacrificios a Dios en su templo. 
—  Si siguen acudiendo a Jerusalén, acabarán poniéndose de parte de Roboam —pensó Jeroboam. Y entonces fabricó dos becerros de oro y los presentó como dioses—  ¡Se acabó el subir a Jerusalén! ¡Aquí tenéis a vuestros dioses!  Cuando Jeroboam murió, su familia dejó de reinar en Israel.

2.  Ajab y el profeta Elías. 1 Reyes 17, 1-24.
Pasaron los años y Ajab fue coronado rey de Israel.  
Ajab y su mujer, Jezabel, también adoraron a dioses falsos, con lo que ofendieron a Dios. 
Entonces Dios envió al profeta Elías para que su voz, la voz de Dios, volviera a oírse en Israel. 
—    En los próximos dos años no habrá lluvia ni rocío —anunció Elías. Era el castigo de Dios.
Elías, por indicación de Dios, fue al torrente de Querit mientras duraba la sequía. 
—   Allí encontrarás agua para beber —dijo Dios—. Y enviaré cuervos para que te den de comer. 
Elías hizo lo que Dios le ordenó y estuvo allí hasta que el torrente se secó y no quedó agua.
—    Ve a Sarepta —dijo entonces Dios—. Ordenaré a una viuda que vive allí que te dé comida.  
Elías pidió de comer a la viuda, que solo tenía un poco de harina para hacer una torta a su hijo. La viuda escuchó a Elías, hizo la torta y se la dio. Desde entonces, aunque seguía sin llover, nunca faltó agua ni harina ni aceite en casa de la viuda.
Más tarde, el hijo de la viuda enfermó y murió.
Pero Elías tomó al hijo en su regazo, lo puso sobre su cama y rezó a Dios. El niño revivió y Elías lo devolvió vivo a su madre.

3.  Elías y los servidores de Baal. 1 Reyes 18, 19-45.
Como Ajab y todo el pueblo seguían adorando a Baal, un dios falso, Elías mandó a todos los israelitas que se reunieran en el monte Carmelo. 
—    Tenéis que escoger entre Dios y Baal, ese ídolo al que adora Ajab —dijo Elías al pueblo—. Dadnos dos bueyes. Ofreceremos uno a Baal y otro a Dios. El que responda con el fuego será él verdadero Dios.
Los servidores de Baal prepararon el altar, pusieron el buey y clamaron a Baal durante todo el día. Pero, por más que gritaban- y danzaban, Baal no respondía.
Entonces Elías preparó el buey, lo roció con agua y clamó a Dios. Al instante, bajó el fuego del cielo y un rayo fulminante hizo arder el buey y secó el agua. El pueblo exclamó:
—   ¡Dios es Dios! iDios es Dios!
Y cogieron a los servidores de Baal acabaron con ellos.
Y por primera vez, después de tres años de sequía, llovió en Israel.  

4.  Elías, en el monte Horeb. 1 Reyes 19, 1-15.
Cuando Ajab contó a su mujer, Jezabel, que los servidores de Baal habían muerto, ella ordenó matar a Elías, pero este huyó. A mitad de camino, paró a dormir. Entonces un ángel le despertó: 
—    Levántate, Elías —dijo el ángel—, y come, te queda mucho por andar. 
Elías encontró una tarta cocida y se la comió.  Con la fuerza de aquel alimento, anduvo durante cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb. En el monte encontró una cueva y se metió en ella para pasar la noche. Dios le preguntó entonces:
—   ¿Qué haces aquí?
—   Soy el único profeta que tienes en la tierra y me buscan para matarme. 
—   No te preocupes —le dijo Dios—. Sal de la cueva y mira. Y verás pasar la gloria de Dios.
Pasó primero un viento huracanado, pero Dios no estaba en él. Al viento siguió un terremoto, pero Dios no estaba en él. Al terremoto siguieron rayo y truenos, pero Dios no estaba allí.
Entonces se alzó una brisa suave y ligera, y Elías se dio cuenta de que en el vientecillo estaba Dios.

5.  La viña de Nabot. 1 Reyes 21, 1-29.

Al lado del palacio de Ajab vivía un hombre llamado Nabot. Nabot poseía una hermosa viña, y Ajab tuvo envidia y la quiso para él. Pero Nabot se negó a dar su viña al rey. Al enterarse la reina Jezabel, prometió a su marido que le conseguiría la viña. Entonces hizo que acusaran falsamente a Nabot, diciendo que había maldecido a Dios y al rey, aunque era mentira. Y así condenaron a Nabot a muerte. Entonces Elías fue a ver a Ajab y le dijo: 

—   Has asesinado a Nabot. Pero, en el mismo lugar donde los perros han lamido la sangre de Nabot, otros perros lamerán tu sangre y la de tu mujer, Jezabel. 

Ajab y Jezabel siguieron haciendo el mal y adorando a dioses falsos hasta su muerte. Y entonces los perros lamieron la sangre del rey y de la reina, de la misma manera que había anunciado el profeta Elías.

6.  Elías y Eliseo. 2 Reyes 2, 1-15.

Dios mandó a Elías que ungiera a Eliseo, y Elías así lo hizo.
Cuando ya veía cerca el fin de sus días, Elías dijo a Eliseo:
—   Quédate aquí, porque tengo que ir por orden de Dios hasta el río Jordán.
—  Por Dios y por tu vida, no te dejaré —respondió Eliseo, y le acompañó hasta el final.
Cuando llegaron al río, Elías golpeó las aguas con su manto y el río se abrió, y cruzaron.
—   Antes de que Dios me lleve, pídeme algo —dijo entonces Elías.
—   Que pasen a mí las dos terceras partes de tu espíritu —pidió Eliseo.
—  Si me ves cuando Dios me lleve al Cielo, será que Dios te ha dado lo que has pedido.
Entonces apareció un carro de fuego con caballos de fuego y se llevó a Elías al Cielo. Y Eliseo lo vio.
Después, Eliseo tomó el manto de Elías, abrió las aguas del río y volvió a su tierra. Y todos exclamaron:
—   ¡El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!

7.  Elías y Eliseo. 2 Reyes 6, 8-23; 7, 1-20.

El rey de Siria estaba en guerra con Israel.     
Cada vez que iba a atacar, Eliseo recibía un aviso de Dios y alertaba a los israelitas. Así, una y otra vez evitaban sus ataques. 
Cuando el rey se enteró de que era Eliseo quien avisaba de sus planes a los israelitas, mandó a unos soldados para matarlo. Eliseo rezó a Dios y los soldados sirios se quedaron ciegos.

Entonces el rey de Siria volvió a atacar Israel. Durante un tiempo, sitió la ciudad de Samaria. Rodeados por el campamento sirio, nadie podía entrar ni salir, y el hambre se extendió. Pero Eliseo dijo:
—   Mañana se acabará el hambre y Samaria será libre.
Esa misma madrugada, unos leprosos entraron en el campamento de los sirios y descubrieron que estaba abandonado.  Y todo porque, durante la noche, Dios había hecho resonar un ruido de carros y caballos como el de un poderoso ejército, y los sirios, al oírlo, huyeron asustados. Así, Samaria fue libre y se acabó el hambre.

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