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Hechos de los Apóstoles

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1.  La primera comunidad cristiana. Hechos 2, 42-47.
Cada día se les unían más creyentes.
Todos se reunían para oír juntos la enseñanza de los apóstoles, vivían unidos y partían el pan y rezaban.
Los creyentes más ricos vendían sus posesiones y las repartían entre todos, según sus necesidades.
Así, todos podían vivir con alegría y sencillez de corazón, y alabar a Dios.
La palabra de los apóstoles iba acompañada de muchos prodigios; curaban enfermos, expulsaban demonios, y gozaban de la simpatía de todo el pueblo.

2.  Pedro cura a un cojo. Hechos 3, 1-26.  
Un día, Pedro y Juan subieron al templo a la hora de la oración. Allí, en la puerta, un cojo de nacimiento pedía limosna. Al verlo, Pedro le dijo:
—    No puedo darte plata ni oro. No tengo.
Lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, anda.
Y tomándolo de la mano, lo levantó.
Al momento, se curó y echó a andar.
El pueblo, al verlo andar y saltar de gozo, se llenó de asombro y de temor.
—  ¿Os admiráis de este suceso? —preguntó Pedro. Entonces los invitó a arrepentirse de sus pecados y convertíos  para que vuestros pecados sean borrados, al fin del que el Señor haga presente el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os estaba predestinado, a Jesús.

Dios ha resucitado a su siervo, Jesús, en primer lugar para vuestro provecho, y lo ha enviado para bendeciros, para que cada uno de vosotros abandone sus malos hábitos.
Este hombre se ha curado por creer en Jesús.
Y muchos creyeron en Jesucristo y se bautizaron.

 

3.  Pedro y Juan ante el Sanedrín. Hechos 4, 1-12.
Mientras los apóstoles hablaban al pueblo, llegaron los guardias del templo y los apresaron.
Estaban molestos porque anunciaban la resurrección de los muertos, que se había realizado ya en Jesús.
Al día siguiente, un grupo de gente importante se reunió para juzgarlos. Allí estaban los jefes de los judíos, los ancianos, los escribas, Anás y Caifás.
—    ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis curado a un cojo? -preguntaron.
Entonces, Pedro, lleno del Espíritu Santo, respondió:
—    Por el poder y en el nombre de Jesús, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis, y a quien Dios resucitó de entre los muertos.

4.  Las amonestaciones del Sanedrín. Hechos 4, 12-22.     
Los del Sanedrín estaban preocupados por la fama que estaban ganando los apóstoles.
—   ¿Qué podemos hacer con estos hombres?
Toda Jerusalén se ha enterado de la curación del cojo... -se decían–. Ya está. Les amenazaremos para que no hablen más de ese Jesús Nazoreo. Se lo prohibiremos.
Cuando comunicaron su decisión a los apóstoles, Pedro y Juan les respondieron:
—  ¿Os parece justo delante de Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a Él? Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.
El Sanedrín volvió a amenazarlos y a prohibirles que hablaran. Pero ellos no hicieron caso de sus amenazas y siguieron hablando, bautizando a todos los que creían en Jesucristo, el Hijo de Dios. 

5.  La Iglesia sigue creciendo. Hechos 4, 32-33; 5, 12-16.   
Los que creían en Jesús se querían mucho. Eran un solo corazón una sola alma, y todo lo que tenían lo compartían. Cada día eran más, porque los apóstoles y los discípulos, llenos del Espíritu Santo, proclamaban la palabra de Dios y daban testimonio de la Resurrección de Cristo allá donde iban.
Además, los apóstoles hacían muchos milagros. Todos eran muy respetados y queridos, sobre todo, Pedro.
De Jerusalén y de pueblos vecinos llegaban enfermos, andando o llevados en camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra los cubriese. Y muchos quedaban curados. 

6.  Los apóstoles, en la cárcel. Hechos 5, 17-42.​
Un día, el sumo sacerdote y los demás miembros del Sanedrín encerraron a los apóstoles en la cárcel. Pero, a medianoche, un ángel abrió las puertas de la prisión, y les dijo que salieran y continuasen predicando en el templo.
Al día siguiente, muy de mañana, el Sanedrín se reunió y mandó traer a los presos. Pero, al llegar a la cárcel, la encontraron vacía.
—   Los hombres que encerrasteis ayer están predicando en el templo -les dijeron.
Entonces fueron a buscarlos. Los apóstoles, cuando llegaron ante el Sanedrín, dijeron:
—   Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Nosotros somos testigos de la Resurrección de Jesús y seguiremos hablando de Él.
Enfurecidos con sus palabras, quisieron matarlos. Pero Gamaliel, un maestro de la ley muy respetado por todos, les aconsejó que no lo hicieran. Finalmente, los azotaron y los dejaron marchar. Y ellos se fueron gozosos por haber sido dignos de sufrir por causa del Señor.

7.  Los diáconos y Esteban. Hechos 6; 7, 1-53.
Los creyentes eran cada vez más, y los apóstoles no podían atender las necesidades de todos; así que eligieron a siete hombres para que les ayudaran en esta tarea.
Uno de los siete se llamaba Esteban y era un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo.
Al ver cómo hablaba de Jesús, algunos judíos lo acusaron con mentiras:
—   Hemos oído a este hombre blasfemar contra Moisés y contra Dios -dijeron.
—   ¿Es verdad lo que dicen de ti? -le preguntó el sumo sacerdote.
Esteban entonces habló del amor que Dios siempre había mostrado a los judíos, y de las rebeliones del pueblo de Israel contra Dios. Habló de Abraham, de Jacob, de José, de Moisés, de David... y de cómo el pueblo de Israel había desobedecido una y otra vez su Ley y había matado a sus profetas. Y dijo:
—  Duros de corazón, siempre resistís a la acción del Espíritu Santo, y no queréis convertiros a Dios. 

8.  Martirio de Esteban. Hechos 7, 54-60.

Los miembros del Sanedrín escucharon el discurso de Esteban y se enfurecieron con sus palabras. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó su mirada en el cielo y les dijo:
—    Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie, a la derecha de Dios.
Entonces, gritando, se echaron sobre él y lo sacaron fuera de la ciudad. Lo desnudaron, dejaron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo, y lo apedrearon hasta dejarlo medio muerto.
Antes de morir, Esteban pidió a Dios que acogiera su espíritu y que perdonara a los que le mataban.
—    Señor, no les tengas en cuenta este pecado -pidió Esteban.
Y murió.

 

9.  Saulo, camino de Damasco. Hechos 9, 1-9.
Después de la muerte de Esteban, Saulo continuó persiguiendo a los creyentes. No contento con perseguirlos en Jerusalén, partió hacia Damasco con permiso del Sanedrín, para llevar prisioneros a todos los creyentes que encontrase.
Por el camino, cerca ya de Damasco, lo envolvió de pronto una luz venida del cielo.

Saulo cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
—   ¿Quién eres tú, Señor? -preguntó Saulo.
—   Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Los que iban con Saulo le vieron caer, oyeron la voz, pero no vieron la luz resplandeciente. Cuando Saulo se levantó, estaba ciego. Tuvieron que llevarlo de la mano hasta Damasco; donde permaneció tres días sin ver, sin comer y sin beber. 

10.  Ananías encuentra a Saulo. Hechos 9, 10-17.  ​
Estando Saulo en Damasco, ciego tras la aparición del Señor, cuando Ananías, un discípulo que vivía en esa ciudad, tuvo una visión. En ella, el Señor le decía:
—  Levántate, vete a la calle Recta y busca en la casa de Judas a un tal Saulo de Tarso.
— ¿Saulo de Tarso? -dijo Ananías–. He oído hablar de él. Ha perseguido a los creyentes en Jerusalén y ahora ha venido hasta aquí con intención de apresarnos a todos.
El Señor tranquilizó a Ananías:
—    Saulo ha sido elegido para llevar mi nombre a todas las naciones.
Ananías fue a casa de Judas y buscó a Saulo.
—    Me envía el Señor, el que se apareció en el camino -le anunció.
Al instante cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.

 

11.  Saulo huye por la muralla. Hechos 9, 18-26.
En cuanto Saulo recobró la vista, pasó unos días con los demás discípulos en Damasco y, enseguida, comenzó a predicar entre los judíos.
La gente se asombraba al oír a Saulo proclamar que Jesucristo era el Hijo de Dios hecho hombre.
—  ¿No es este el que perseguía en Jerusalén a los seguidores de Jesucristo? ¿No había venido hasta aquí para apresarlos? –se preguntaban.
Saulo predicaba cada vez con más ánimo y a todos contaba la Verdad. Entonces, algunos judíos decidieron matarlo para que no siguiera convirtiendo a la gente. Día y noche vigilaban las puertas de la ciudad para evitar que escapara y darle muerte.
Pero los discípulos, sabiendo el peligro que corría, aprovecharon la oscuridad de la noche, lo metieron en una cesta y lo descolgaron por la muralla para que pudiera huir de Damasco. Saulo fue a Jerusalén. De allí tuvo que huir de nuevo a Tarso, pues también en Jerusalén querían matarlo.

12.  Milagros de Pedro. Hechos 9, 32-43.
La Iglesia gozaba de paz en Judea, Galilea y Samaria, y el Espíritu Santo fortalecía a todos en la fe y en la esperanza.
En ese tiempo, Pedro hizo un viaje para visitar a los discípulos de otras tierras. Al llegar a Lida se encontró con un paralítico llamado Eneas, que llevaba ocho años sin poder levantarse de la cama. Entonces Pedro le dijo:
—   Eneas, Cristo Jesús te cura. Levántate.
Y al instante se levantó.
Mientras tanto, murió en el pequeño puerto de Jope una discípula llamada Tabita, que era muy generosa haciendo buenas obras y dando limosnas. Como Lida está cerca de Jope, los discípulos, al saber que Pedro estaba allí, mandaron buscarlo. Nada más llegar a Jope, Pedro se acercó al cadáver y dijo:
—   Tabita, levántate.
Y ella se incorporó.
Pedro se quedó en Jope varios días.

13.  Pedro y el centurión Cornelio. Hechos 10, 1-23.   
Un día, Cornelio, un centurión romano rezaba a Dios y daba limosna a los pobres, vio a un ángel de Dios en su habitación y le decía:
—   Envía hombres a Jope y haz venir a un tal Pedro.
Mientras tanto, en Jope, Pedro tuvo otra visión.
Vio un mantel que descendía del cielo lleno de todo tipo de animales y aves, y oyó una voz que le decía:
—   Pedro, levántate, sacrifica y come.
—   No puedo comer nada impuro –respondió Pedro.

—   Lo que Dios ha purificado no lo llames impuro -dijo la voz.
Aún estaba Pedro asombrado por esta visión, pensando que podría significar, cuando llegaron los hombres, enviados por Cornelio, y le dijeron:

—  El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, ha recibido un aviso de un ángel para llevarte a su casa y escuchar tus palabras.
Y Pedro se fue con ellos.

14.  Pedro bautiza a Cornelio. Hechos 10, 24-48.​
Pedro llegó ante Cornelio, el centurión romano, y le dijo:

—   Ya sabes que para un judío está prohibido entrar en casa de un extranjero, como acabo de hacer. Pero Dios me ha mostrado que no debo hacer distinciones entre las personas, ni llamar impuro a ningún hombre –dijo Pedro, que había comprendido la visión del mantel-. Él es Señor de todos. Por eso he venido al recibir tu invitación.
A continuación, Pedro explicó a Cornelio y a todos los que se habían reunido en su casa la vida de Jesucristo, desde el Bautismo hasta su muerte y Resurrección.
Mientras Pedro hablaba, el Espíritu Santo descendió sobre todos los presentes, judíos y extranjeros. Pedro se maravilló y dijo:

—   No puedo negar el agua del Bautismo a quienes han recibido el Espíritu Santo, como lo recibimos nosotros.
Y Cornelio y toda su familia recibieron el Bautismo en el nombre de Jesucristo.

15.  La Iglesia de Antioquía. Hechos 11, 19-26.  
Después de la muerte de Esteban, los creyentes sufrieron grandes persecuciones y muchos dejaron Jerusalén. Los que llegaron hasta Antioquía predicaron allí el Evangelio, y consiguieron que muchos griegos creyeran y se convirtieran.
Cuando la noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, enviaron a Bernabé a Antioquia.

Bernabé vio la mano de Dios en todo lo que estaba sucediendo, se alegró mucho y pidió a todos que siguieran siendo fieles al Señor. Aún creció más el número de creyentes, y entonces Bernabé fue a Tarso a buscar a Saulo para que le ayudara. Los dos regresaron a Antioquía y, día a día, sin descanso, predicaban el Evangelio y bautizaban.
Allí, en Antioquía, fue donde los discípulos recibieron por primera vez el nombre de cristianos.

16.  Prisión y liberación de Pedro. Hechos 12, 1-17.
En aquel tiempo, Herodes desató otra persecución contra la Iglesia. Mató a Santiago, hermano de Juan, y metió en prisión a Pedro.
Toda la Iglesia rezaba por él.
La noche anterior a su juicio, el Señor envió un ángel a la prisión. Dos guardias
vigilaban la puerta, y Pedro dormía entre otros dos guardias, atado con dos cadenas. El ángel despertó a Pedro y las cadenas cayeron al suelo.
—   Pedro, ponte las sandalias, échate el manto y sígueme -dijo el ángel.
Una a una, el ángel fue abriendo todas las puertas de la cárcel hasta la calle, y allí desapareció. Pedro fue entonces a casa de unos cristianos. Cuando llamó a la puerta, nadie creyó q
ue realmente pudiera ser él, hasta que entró y explicó todo lo que había sucedido.

Pedro les pidió que avisaran a Santiago, y se marchó a otro lugar.

17.  Primer viaje de Pablo. Hechos 13, 1-52.
Un día, mientras celebraban el culto en Antioquía, el Espíritu Santo dijo a los ancianos de aquella iglesia:

—   Separad a Bernabé y a Saulo de los demás. Tengo una misión para ellos.

Así, enviados por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo se embarcaron hacia Chipre. Allá donde iban predicaban el Evangelio.
Un día, el procónsul romano Sergio Paulo los mandó llamar, pues deseaba conocer la palabra de Dios. Mientras Bernabé y Saulo le hablaban, un mago llamado Elimas se oponía e intentaba apartar al procónsul de la fe.

—   ¡No trates de engañarle, embustero! -dijo Saulo a Elimas, que al instante quedó ciego.
Sergio Paulo se convirtió a la fe y, desde entonces, Saulo comenzó a llamarse Pablo.
Más tarde, Pablo
y Bernabé zarparon de Chipre y llegaron a Perge, en Asia Menor. Allí predicaron en la sinagoga. Al oírlos, muchos judíos y otros que adoraban adoraban a falsos dioses se convirtieron. Todos se llenaron de alegría al conocer a Jesucristo y recibir el Espíritu Santo.

18.  Concilio de Jerusalén. Hechos 15, 1-35.
Pablo y Bernabé siguieron predicando bautizando. Pero no todos estaban de acuerdo con lo que hacían, porque algunos querían que solo se predicara el Evangeli a los judíos. Y otros, como Pablo y Bernabé, querían que se predicase a todos.
Entonces, Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén a reunirse con los apóstoles para tratar el asunto.
Pedro habló del bautismo de Cornelio у de cómo el Espíritu Santo bajó sobre el centurión romano y sobre todos los que estaban con él.
—   Dios, que conoce los corazones, les envió el Espíritu Santo como a nosotros –explicó Pedro–. No hizo diferencias entre ellos y nosotros, y purificó sus corazones en la fe.
Después, todos guardaron silencio mientras escuchaban a Pablo y a Bernabé hablar de sus viajes y contar todas las señales que Dios había hecho entre los que no eran judíos.
—  Está escrito: Dios quiere que busquen al Señor todos los hombres, todas las naciones –recordó Santiago.
Esta reunión fue el Concilio de Jerusalén.

19.  Segundo viaje de Pablo. Hechos 16, 1-34.
Pablo y Bernabé decidieron volver a las ciudades donde habían predicado.

Pablo fue con Silas, y Bernabé fue con Marcos. Por el camino, Pablo tuvo un sueño: un macedonio le rogaba que fuera a su país a ayudarlos.
Pablo entendió que el Espíritu Santo quería que dejara Asia y fuera a Europa. Y así lo hizo. Allí, al llegar a Filipos, comenzó a predicar. La primera en creer en Cristo fue Lidia. Después, Pablo curó a una adivina que estaba poseída por un espíritu. Pero los amos de la adivina, que hasta entonces habían ganado mucho dinero gracias a ella, se enfadaron y acusaron a Pablo y a Silas. Al final los encarcelaron.

Durante la noche, mientras Pablo y Silas rezaban a Dios, se produjo un gran terremoto. Los cimientos de la cárcel se sacudieron y todas las puertas se abrieron. El carcelero, viendo que las puertas de la cárcel abiertas y creyendo que los presos se habían escapado, quiso quitarse la vida. Pero Pablo le gritó:

—   No te hagas daño, que estamos todos aquí.

Entonces el carcelero pidió a Pablo que lo bautizara a él y todos los suyos.

Después, los hizo subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios.

20.  Pablo en Atenas. Hechos 17, 1-33.
Pablo y Silas llegaron a Tesalónica. Allí había una sinagoga judía y a ella fueron para hablar de Jesús que tenía que padecer y resucitar de entre los muertos

Unos creyeron, otros no, y, como algunos los querían maltratar.

Continuaron su camino hacia Berea, donde también se convirtieron algunos judíos. Al final llegaron a Atenas.
Pablo vio que la ciudad estaba llena de ídolos y se entristeció. En el Areopago, el lugar de reunión de los atenienses, vio un altar dedicado «Al Dios desconocido».

—   Ese Dios al que adoráis sin conocerlo es el Dios del que yo os hablo: el Dios el mundo y todo lo que hay en él -dijo Pablo, y les habló de Jesucristo, enviado de Dios, Hijo de Dios, que mostró la grandeza de su Padre resucitando de entre los muertos.
Al oír hablar de la resurrección, unos se rieron y otros se asustaron. Pero Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Damaris creyeron.

21.  Pablo en Corinto. Hechos 18, 1-22.
Pablo fue de Atenas a Corinto. Allí conoció a Aquila y Priscila, un matrimonio judío que acababa de llegar de Roma. Aquila y Priscila se convirtieron y Pablo los bautizó. Durante un tiempo se quedó con ellos trabajando en el oficio de fabricar tiendas. Y todos los sábados iba a la sinagoga a hablar de Jesucristo a judíos y a griegos.
Cuando, poco tiempo después, Silas y Timoteo llegaron a Corinto, Pablo se dedicó por completo a predicar. Algunos, al oírlo, le insultaban, pero muchos otros creyeron y se bautizaron.
Una noche, el Señor dijo a Pablo en sueños:
—   No temas, sigue hablando y no te calles. Piensa que Yo estoy contigo y nadie te atacará para hacerte daño, porque cuento con un pueblo numeroso en esta ciudad.
Pablo se quedó en Corinto durante un año y seis meses. Después regresó a Antioquía.

22.  El motín de Éfeso. Hechos 17, 27-29; 19, 1-40.
Pablo fue a Éfeso. Allí se encontró con discípulos que aún no habían oído hablar del Espíritu Santo. Pablo les impuso las manos y el Espíritu Santo vino sobre ellos.
Pablo predicó en Éfeso durante dos años, primero en la sinagoga y luego en una escuela. Muchos habitantes de la ciudad se convirtieron y recibieron el bautismo. Esto no gustó a los plateros de la ciudad porque, hasta el momento, la mayoría de los efesios adoraban a Artemisa y eran muchas las estatuas de plata que les compraban. Sin embargo, ahora Pablo decía:

—   Dios no está en el oro o la plata hechos por los hombres. En realidad, Dios no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en Él vivimos y existimos.
Al ver los plateros que muchos se convertían y que su negocio corría peligro, organizaron un motín contra Pablo. Durante horas gritaron defendiendo que Artemisa era la diosa de los efesios. Por fin, uno de los jefes de la ciudad logró calmar a la gente. Y Pablo siguió viaje hasta Grecia.

23.  Regreso de Macedonia a Asia. Hechos 20, 1-38.
Después de muchos viajes, Pablo llegó a Tróade y se reunió con los discípulos. Mientras celebraba la Eucaristía en el tercer piso de una casa, un joven llamado Eutico se durmió junto a la ventana y cayó al suelo. Cuando fueron a buscarlo, lo encontraron muerto. Entonces Pablo bajó, rezó al Señor y lo devolvió a la vida.
Al día siguiente se embarcaron porque Pablo quería celebrar el día de Pentecostés en Jerusalén. Por el camino, la nave paró en Éfeso y Pablo se reunió con los cristianos que vivían allí. Les pidió de todo corazón que se mantuvieran fieles en la fe en Jesucristo, la esperanza y en la caridad que él había predicado, y en el amor entre ellos.

—   Ahora sé que ninguno de vosotros volverá a verme -anunció Pablo-
Os encomiendo a Dios. Y recordad las palabras de Jesús, el Señor, que dijo: «Hay más felicidad en dar que en recibir».
Cuando terminó de hablar, Pablo rezó con todos ellos. Se despidieron con abrazos y lágrimas, y lo acompañaron de nuevo hasta el barco.  

24.  Pablo en Jerusalén. Hechos 21, 1-20.
Cuando Pablo llegó a Tiro, los discípulos, movidos por el Espíritu Santo, aconsejaron  Pablo que no fuera a Jerusalén.
—   Tengo que hacer lo que el Señor me manda — respondió Pablo, y después de rezar con los discípulos, todos juntos en la playa, volvió a embarcarse.
Cuando llegó a Cesarea, fue a verlo un profeta llamado Ágabo y le anunció:
—  Esto dice el Espíritu Santo: en Jerusalén te atarán los judíos y te encarcelarán.

—  Yo estoy dispuesto no solo a que me encarcelen, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús –respondió Pablo. Y, por más que trataron de convencerlo para que no fuera, él partió a Jerusalén.
Allí lo recibieron con mucho cariño Santiago y los discípulos. Pablo les habló de sus viajes y de los muchos que se convertían a Cristo. Al oírlo, todos quedaron maravillados y alabaron a Dios.

25.  El juicio de Pablo. Hechos 21, 27-40; 23, 1-11. 
Estando Pablo en Jerusalén, en el Templo, lo vieron unos judíos que venían de Asia y lo reconocieron. Al momento, lo acusaron:
—   ¡Este es el que va por ahí enseñando contra el pueblo, contra la Ley y contra el Templo!
El pueblo se alborotó. Se levantaron contra él y lo golpearon. Al ver el tribuno, uno de los jueces del pueblo, lo que hacían mandó que lo detuvieran y lo atasen con dos cadenas. Después le preguntó quién era y qué había hecho. 
Pablo les habló del Señor Jesús, de cómo él había perseguido a los creyentes hasta que se le apareció Jesús, de cómo había sido enviado a las naciones más lejanas a predicar.
El pueblo le insultó y gritaban que fuera matado.

Al día siguiente lo llevaron ante el Sanedrín para juzgarlo.
—   Me juzgan por creer en la resurrección de los muertos -dijo Pablo.
Pero el Sanedrín compuesto por fariseos y saduceos (los saduceos dicen que no hay resurrección, mientras que los fariseos la afirman), no se ponían de acuerdo y  suspendieron el juicio.
Esa noche, el Señor se apareció a Pablo y le dijo:
— ¡Ánimo!, pues del mismo modo que han hablado de mí en Jerusalén, deberás hacerlo en Roma.

26.  Pablo apela al César. Hechos 23, 22-35; 25, 1-12
Unos judíos urdieron un plan para matar a Pablo. Pero el tribuno se enteró y mandó que setenta de caballería y doscientos lanceros lo protegieran y lo llevaran hasta Cesarea, ante el gobernador Félix.
Como Félix no quería contrariar a los judíos, tuvo en prisión a Pablo durante dos años. Pasado ese tiempo, Porcio Festo sustituyó a Félix y quiso juzgar a Pablo para buscar congraciarse con los judíos.

De Jerusalén llegaron varios judíos para acusarlo. Pero Pablo se defendió:
—   Yo no he cometido ningún delito contra la Ley, ni contra el pueblo judío. Además, soy ciudadano romano. Sí soy reo de algún delito o he cometido algún crimen que merezca la muerte, no rehúso morir; pero si las acusaciones que éstos me lanzan carecen de fundamento, nadie puede entregarme a ellos.  Apelo al César.
Entonces el nuevo gobernador dijo:
—   Has apelado al César y al César irás. A Roma.

27.  El viaje a Roma, la tormenta y el naufragio. Hechos 27, 1-44.
Un soldado embarcó a Pablo y a otros presos en una nave que iba hacia Roma. El invierno estaba cerca, el viento soplaba en contra y se hacía difícil avanzar entre las olas. 
—   Pienso que ahora es peligroso navegar -dijo Pablo-. Nuestras vidas corren peligro si continuamos. Será mejor que atraquemos en un puerto y nos quedemos allí.
Pero el patrón del barco prefirió arriesgarse porque soplaba ligeramente el viento y siguieron el viaje. Poco después se vieron envueltos en una terrible tormenta. Durante días no lograron ver ni el sol ni las estrellas.
Solo veían las enormes olas que amenazaban con destruir el barco y acabar con sus vidas.

Entonces Pablo se puso de pie en medio de ellos y les dijo:
—   Amigos, más hubiera valido que me hubierais escuchado y no os hubierais hecho a la mar desde Creta. Os habríais ahorrado este peligro y esta pérdida. Pero ahora os recomiendo que tengáis buen ánimo. Ninguno de vosotros va a morir; solo se perderá el barco. Lo digo porque esta noche se me ha aparecido un ángel del Dios a quien pertenezco , y me ha dicho: "No temas, Pablo; tú tienes que comparecer ante el César. Por eso, Dios te ha concedido la vida junto con todos los que navegan contigo".

Después de la tormenta, al cabo de catorce días, el mar volvió a la calma y todos llegaron sanos y salvos a una playa de la isla de Malta, pero el barco quedó encallado y la popa se iba deshaciendo.


28.  Pablo en Malta, camino de Roma. Hechos 28, 1-15.
Pablo y todos los acababan de naufragar que con él estaban empapados y ateridos de frío.
Entonces, algunos malteses se acercaron a la playa e hicieron una hoguera para que se calentaran. De la hoguera salió una víbora que mordió la mano de Pablo.
Los malteses pensaron que se trataba de un castigo divino y esperaban que, de un momento a otro, Pablo cayera muerto por el veneno de la víbora. Pero Pablo tiró el animal al fuego y no le sucedió nada malo. Los malteses, admirados, cambiaron de opinión y empezaron a decir que era un dios.
Al enterarse de lo sucedido, un hombre llamado Publio, que vivía cerca de allí, quiso que Pablo fuera a su casa y le visitara.
El padre de Publio estaba muy enfermo y Pablo le impuso las manos y lo curó.
Al cabo de tres meses continuaron su viaje a Roma. Primero fueron en barco, y ya cerca de Roma, continuaron por tierra.
Por el camino salieron a su encuentro otros cristianos. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y se animó.

 

29.  Pablo en Roma. Hechos 28, 16-31.
Al llegar a Roma, permitieron a Pablo ir a vivir a una casa particular, pero siempre acompañado por un soldado.
Pablo se presentó ante los judíos de Roma les explicó lo que había sucedido:

—   Hermanos, yo no he hecho nada contra el pueblo. Me apresaron en Jerusalén y me entregaron a los romanos. Por eso he apelado al César. Quería veros y conversar con vosotros, pues estas cadenas que llevo son por la esperanza de Israel.
Después, Pablo pudo predicar con toda libertad en Roma durante dos años. A todos hablaba del reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno.

Y les anunciaba que el Espíritu Santo vendría sobre los judíos y también sobre los gentiles, pues todos habían sido llamados a la salvación.

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