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Jesús y el Reino de Dios

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1.  Elección de Andrés y de Pedro. Juan 1, 35-42.

Muchas personas seguían las enseñanzas de Juan el Bautista, entre ellos, Andrés y Juan. 
Un día vieron pasar a Jesús y Juan lo señaló y dijo:

—   Ahí está el Cordero de Dios.
Andrés y Juan fueron a su encuentro.  ¿dónde vives? – preguntaron a Jesús.  

—   Venid y lo veréis.
Andrés y Juan dejaron todo y lo siguieron.
Por el camino, Andrés se encontró con su hermano Pedro y le dijo:

—   Hemos
encontrado al Mesías. 
Y también se fue con Jesús.

2.  Las bodas de Caná. Juan 2, 1-12.
Unos días después se celebró una boda en Caná de Galilea, y María, Jesús y sus discípulos fueron invitados. Cuando ya se estaba terminando la fiesta, María se dio cuenta de que faltaba vino y, preocupada, fue a decírselo a Jesús. Después, advirtió a los sirvientes:
—  Haced lo que Él os diga.
Jesús mandó que llenaran de agua unas grandes tinajas de piedra y que luego sirvieran de ellas. Cuando bebieron los invitados, resultó que el agua se había convertido en vino.
— Pero todo el mundo sirve al principio el mejor vino y, cuando ya han bebido bastante, sacan el peor. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino para el final—dijeron asombrados al novio.
Este fue el primer milagro de Jesús.

3.  Jesús y la samaritana. Juan 4, 4-21; 25-45.
Después de pasar un tiempo en Judea, Jesús fue a Galilea. Por el camino, al cruzar Samaria, se quedó sentado junto a un pozo mientras sus discípulos iban a comprar comida.
En ese momento llegó una mujer samaritana a sacar agua y Jesús le pidió de beber.

— ¿Cómo es que tú, que eres judío, me pides agua a mí, que soy samaritana? —preguntó, extrañada, pues los judíos y los samaritanos no se hablaban.
—  Si supieras quién te está pidiendo de beber, serías tú quien me pediría a mí, y yo te daría agua viva —le dijo Jesús—. Porque quien beba del agua de este pozo, volverá a tener sed. 
En cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed.
Hablando con Jesús, la mujer se dio cuenta de que Él sabía cosas sobre ella que solo un profeta podría saber. Jesús le hizo ver sus pecados y la mujer se arrepintió y preguntó:

—   ¿Dónde debo adorar a Dios, en ese monte o en Jerusalén, como dicen los judíos?
—   A Dios debes buscarlo en el fondo de tu corazón, y amarlo en espíritu y en verdad — respondió Jesús.
La mujer samaritana dijo a Jesús:

—   Yo sé que está a punto de llegar el Mesías, y que Él nos lo explicará todo.
Entonces Jesús contestó:

—   El Mesías soy yo, el que está hablando contigo.
La mujer, asombrada por lo que Jesús le había revelado, dejó el cántaro al borde del pozo y se marchó corriendo al pueblo. Estaba deseando anunciar a todos su encuentro con Cristo. 

—   Venid. Venid a verle —animaba a todos—.  ¿No será este el Mesías? 
Los samaritanos fueron al pozo y rogaron a Jesús que se quedase con ellos unos días, y así lo hicieron Él y sus discípulos. Después de hablar con Jesús, todo el pueblo creyó en Él, y cuando se marchó, dijeron a la mujer: 

—  Ya no creemos por lo que tú nos dijiste, sino porque nosotros mismos le hemos oído y nos hemos dado cuenta de que Jesús es verdaderamente el salvador del mundo.

4.  La pesca milagrosa. Lucas 5, 1-11.
La gente iba a escuchar a Jesús a la ribera del lago de Genesaret. Allí les hablaba del reino de Dios.

Un día se reunió mucha gente en torno a Él. Jesús miró alrededor y vio dos barcas en la orilla.  Una de ellas era de Pedro.
Jesús se acercó a Pedro, que estaba remendando las redes, y le pidió que echara al mar la
barca. Luego, se subió en ella y desde ahí enseñó a la gente que se agolpaba en la orilla.
Cuando terminó de hablar, dijo a los pescadores que salieran al mar y echaran las redes.

—  Maestro, hemos estado pescando toda la noche y no hemos logrado capturar ni un solo pez —dijo Pedro. Pero si tú lo dices, echaremos las redes en tu nombre. 
Así lo hicieron y, al poco tiempo, las redes se rompían de la cantidad tan grande de peces que habían pescado.

Pedro y sus compañeros Juan y Santiago se sorprendieron por lo sucedido. Pero Jesús los tranquilizó y les dijo: 
—   Desde ahora s
eréis pescadores de hombres.

5.  Curación del paralítico. Marcos 2, 1-12.
Un día estaba Jesús en una casa anunciando el reino de Dios. La gente se agolpaba ante la puerta. Ya no cabía nadie más. Allí acudieron unos hombres que llevaban en una camilla a un amigo paralítico. Como no lograban acercarse a Jesús, se subieron al tejado, hicieron un agujero entre las tejas y descolgaron la camilla. Al ver su fe, Jesús dijo al enfermo:
—   Tus pecados te son perdonados.
Algunos se extrañaron y pensaron: «¿Cómo puede decir una cosa así? ¡Es una blasfemia!  Solo Dios puede perdonar pecados».
—  ¿Por qué pensáis eso? —dijo Jesús, que se había dado cuenta de sus pensamientos— ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados te son perdonados» o «Levántate, ¿toma tu camilla y vete a casa»? Pues para que veáis que el Hijo de Dios tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo, volviéndose al paralítico:     
—   Levántate, toma tu camilla y vete a casa. 
El paralítico se puso en pie y salió andando con su camilla a la vista de todos, que quedaron maravillados.

6.  Vocación de Mateo. Marcos 2, 13-17.
Al salir de la casa, Jesús vio a un hombre que estaba sentado a una mesa cobrando los impuestos. Jesús lo miró y le dijo:
   Sígueme.
Mateo se levantó de la mesa y lo siguió.
Después, invitó a Jesús y a sus discípulos a comer en su casa. Allí también había hombres pecadores que se sentaron a comer con ellos. Cuando lo supieron, algunos dijeron:
   ¿Cómo puede comer Jesucristo con esos pecadores? No debería hacerlo.
Jesús, que oyó lo que decían, les respondió:
—   ¿Quiénes necesitan a los médicos: los sanos o los enfermos?

Los enfermos, ¿no es cierto? Pues de la misma forma, yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se arrepientan y descubran el amor que Dios los tiene.

7.  Elección de los doces apóstoles. Lucas 6, 12-18.
A Jesús lo rodeaban numerosos discípulos. Iban a donde Él iba y escuchaban sus enseñanzas.

Un día, Jesús se retiró al monte a rezar. Después de pasar toda la noche orando a Dios, reunió a sus discípulos y escogió de entre ellos a doce. Ellos eran los doce apóstoles. Los elegidos fueron: Pedro y su hermano Andrés; Santiago el mayor y Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Natanael, al que llamo desde entonces Bartolomé; Mateo y Tomás; Santiago el de Alfeo o Santiago el menor y Simón el zelote; Judas de Santiago y Judas Iscariote, que acabaría traicionándolo.

Desde ese momento, los doce fueron con Cristo a todas partes. Vivían con él.

8.  Jesús anuncia el Reino de Dios. Mateo 5, 1-3.
Hombres y mujeres de Judea, de Jerusalén, de Galilea, del otro lado del Jordán… lo buscaban para escucharle.

Todos se daban cuenta de que Jesús hablaba con autoridad y decía la verdad.

Jesús, al ver la multitud que le esperaba, se conmovió. Los miró con cariño, se sentó y comenzó anunciarles el nuevo camino de felicidad.

Era el camino que Él, enviado por Dios Padre, venía a traer al mundo.

9.  Bienaventuranzas. Mateo 5, 3-11; 21-26.
Jesús comenzó a hablar ante la multitud. Sus palabras sorprendieron a los que escuchaban.

Bienaventurados o dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios.

Dichosos los humildes, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los Cielos.

Dichoso seréis cuando os injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acusen en falso de toda clase de males.

Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

10.  El amor a los enemigos. Mateo 5, 38-48.

El pueblo escuchaba asombrado las palabras de Jesús. Su mensaje era totalmente nuevo y les hacía cambiar su manera de ver el mundo. 
Jesús decía:
—   Hasta ahora os han dicho que hay que amar a los seres queridos y odiar a los enemigos. 
Y os han dicho que, si alguien os abofetea, podéis devolverle la bofetada, y que, si alguien os insulta, podéis insultarle. Esa es la ley del talión: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: olvidad la ley del talión. Fijaos en vuestro Padre Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. No améis solo a los que os aman. Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Perdonad a los que os han hecho daño, y así vuestro Padre perdonará vuestros pecados. Y haced a los demás lo que os gustaría que ellos os hicieran a vosotros. 

11.  La sal de la tierra. Mateo 5, 13; 33-37; 6, 2-3; 7, 7-11.    
—   Vosotros sois la sal de la tierra si amáis a todos los hombres —dijo Jesús. 
Jesús quería contarles lo que Dios esperaba de ellos:
—   No juréis nunca. Que cuando digáis «sí» sea «sí» y cuando digáis «no» sea «no» —les pidió—.
No os preocupéis de atesorar riquezas en la tierra, sino de hacer buenas obras. Vuestras buenas obras serán vuestro tesoro en el cielo. Y cuando deis una limosna o hagáis una buena obra, no vayáis pregonándolo por ahí. Que no lo sepa nadie, que ni vuestra mano izquierda sepa lo que hace la mano derecha.
También les invitó a rezar siempre:
—   Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá.

12.  La verdadera sabiduría. Mateo 5, 14-16; 7, 21-27.    
Jesús recomendó a los que le escuchaban que confiaran en el amor del Padre. Él les ayudaría siempre a llevar a la práctica todo lo que había dicho: perdonar, amar a los demás, hacer buenas obras…
—    No todo el que dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que hace lo que pide mi Padre, que está en los cielos.
Los discípulos escuchaban las palabras de Jesús y las guardaban en el fondo de su corazón para hacerlas realidad. 
—   Vosotros sois la luz del mundo. Vuestra luz alumbrará a los hombres y, cuando vean vuestras buenas obras, glorificarán a Dios Padre, que está en los cielos.

13.  La pecadora arrepentida. Lucas 7, 36-50.    
Un fariseo, un judío que cumplía la Ley, invitó a Jesús a comer en su casa. Mientras estaban comiendo; entró una mujer pecadora. 
La mujer abrió un frasco con perfume y comenzó a extenderlo por los pies del Señor.
El fariseo no dijo nada, pero pensó: «Si realmente este fuera profeta, sabría que esa mujer es una pecadora».
—    ¿Ves a esta mujer? —le dijo entonces Jesús—.

Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme, pero ella ha bañado mis pies con perfume. Te aseguro que, si da tales muestras de amor, es que se le han perdonado muchos pecados. En cambio, aquel a quien se le perdona poco mostrará poco amor.
Luego, dirigiéndose a la mujer le dijo: 
—   Tus pecados quedan perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz.

14.  La mujer enferma. Marcos 5, 21-34.    
Jesús y los apóstoles volvieron a cruzar el lago. Al llegar a la otra orilla se acercó Jairo, el jefe de la sinagoga, y se arrodilló ante Él diciendo: 
—  Mi hija está a punto de morir. Ven a curarla y que viva.

Jesús se fue con él. Por el camino lo rodeaba la multitud. Entre la gente se encontraba una mujer que llevaba muchos años enferma. Había oído hablar de Jesús y pensó: «Si al menos consigo tocar su vestido, sanaré». Se acercó a Jesús y tocó su manto. Al momento quedó curada. Jesús se dio cuenta de lo que había sucedido y preguntó:  
—  ¿Quién me ha tocado? - y miraba alrededor buscando entre la multitud a quien lo había hecho.
Entonces, la mujer se adelantó y contó toda la verdad.
Jesús la miró con ternura y le dijo:
—  Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu mal.

 

15.  La resurrección de la hija de Jairo. Marcos 5, 35-43.    
Iba Jesús camino de casa de Jairo para curar a su hija cuando unos hombres se acercaron y dijeron: 

—   Jairo, tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.
Pero Jesús le dijo: 
—   No temas. Ten fe.
Y siguieron andando hasta llegar a la casa.  
Pedro, Santiago y Juan entraron con Jesús. Allí encontraron a la madre, los parientes y amigos. Todos lloraban alrededor del cadáver de la niña. Al verlos, Jesús les preguntó:
—   ¿Por qué lloráis y estáis tristes? La niña no ha muerto. Duerme.
Todos se burlaron de él. Entonces Jesús los echó de la habitación y se quedó los padres de la niña los tres apóstoles. Tomó la mano a la niña y le dijo:
—   "Talitha, qumi" —que significa «Niña, levántate».
La niña se levantó al instante y echó a andar.

16.  La muerte de Juan Bautista. Marcos 6, 14-29.    
El hijo del rey Herodes el Grande, Herodes Antipas, vivía con Herodías, la mujer de su hermano. Juan el Bautista se lo reprochó:
—   Herodes Antipas, no debes estar con la mujer de tu hermano.
Herodes Antipas, molesto, lo encarceló. Desde entonces, Herodías odiaba a Juan y quería matarlo. Por fin vio su oportunidad en la fiesta de cumpleaños de Herodes Antipas. Ese día, Salomé, la hija de Herodías, bailó. Lo hizo tan bien que Herodes le ofreció un premio: 
—  Pídeme lo que quieras, hasta la mitad de mi reino, y te lo daré.
Aconsejada por su madre, Salomé pidió la cabeza de Juan el Bautista. Entonces Herodes mandó matarlo.

Al enterarse los discípulos, tomaron su cadáver y le dieron sepultura.

Cuando volvieron junto a Jesús y le contaron el crimen que había cometido Herodes Antipas, Jesús se retiró a otro lugar y recordó con amor a Juan el Bautista: el mensajero que había preparado los caminos del Señor.

17.  La multiplicación de panes y peces. Juan 6, 5-15.    
Jesús y los doce se retiraron a un lugar solitario. Pero la gente se enteró y los siguió. Jesús los acogió y les estuvo hablando del Reino de Dios. Sin embargo, se acercaba la hora de cenar, así que los apóstoles dijeron a Jesús:
—  Despide a la gente para que vayan a buscar comida.
—  Dadles vosotros de comer - respondió Jesús.
—  Pero ¿cómo? - repuso Felipe -. Aquí no hay comida, y no tenemos dinero. 
—  Hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces —dijo Andrés—. Pero ¿qué es eso para las cinco mil personas que estamos aquí? 
Entonces Jesús tomó el pan y los peces, dio gracias, los bendijo y encargó a los apóstoles que los repartieran.  
Comieron todos, y recogieron doce cestos con las sobras.
Al ver lo que Jesús había hecho, todos dijeron de Él:
—  Verdaderamente, este es el profeta que debía venir al mundo.

18.  Anuncio de la Eucaristía. Juan 6, 22-33.    
La muchedumbre cruzó a la otra orilla para estar con Jesús.
—  No me buscáis por los milagros que habéis visto, sino porque os di de comer —dijo Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan y os habéis saciado. No trabajéis por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a este es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello».

— ¿Cómo podemos conseguir ese pan? —preguntaron—. ¿Qué debemos hacer?
—  Lo que Dios espera de vosotros es que creáis en aquel que Él os ha enviado. 
—  Moisés nos dio el maná —respondieron ellos—. ¿Qué pan quieres darnos tú? 
—  Es mi Padre quien os da el verdadero pan. El pan de Dios es el que ha descendido del cielo y da la vida al mundo.

19.  Cristo, pan de Vida. Juan 6, 34-66.    
 Danos siempre de ese pan de Dios —dijeron a Jesús.
  Yo soy el pan de vida. El que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá jamás sed —dijo. Y volvió a insistir—: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne.
Muchos no entendieron las palabras de Jesús y se preguntaban: 

— ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Y como no lo comprendían, abandonaron a Jesús diciendo:
  ¿Cómo vamos a aceptar estas enseñanzas?
Pero Jesús, una vez más, insistió:
—  El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día
. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí, y yo en él.

 

20.  Fidelidad de Pedro. Juan 6, 67-70.    
Los apóstoles no acababan de comprender el sentido de las palabras de Jesús. ¿Tenían que comer su carne y beber su sangre? ¿Cómo era posible?
Viendo que muchos discípulos se alejaban, Jesús preguntó a los doce:
—  ¿También vosotros queréis iros?
Pero Pedro respondió en nombre de todos:
—  Señor, ¿a quién iríamos? Solo tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios, el Hijo de Dios.

21.  La verdadera pureza. Marcos 7, 14-23.    
Una vez más, Jesús reunió a la multitud para darles a conocer los misterios del amor de Dios y para seguir enseñándoles. Esta vez les habló de la verdadera pureza.  
Y es que los judíos tenían muchas normas, sobre todo: cómo comportarse, cómo y qué comer...  

Pensaban que con cumplir esas normas ya era suficiente. Pero Jesús les hizo ver que de nada valía cumplir esas normas si no iban acompañadas del amor a Dios.

— Nada de lo que entra en el hombre, nada de fuera, puede manchar al hombre y hacerlo impuro. No. Es lo que sale de dentro, del corazón, lo que puede contaminarlo. Porque es de dentro del corazón de donde salen los malos pensamientos, las maldades, la codicia, el engaño, la envidia. . . Todo eso mancha al hombre.

22.  La confesión de Pedro. Mateo 16, 13-20.    
Viendo las distintas opiniones que tenía la gente sobre Él, Jesús preguntó a sus apóstoles: 
—  ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
—  Unos dicen que Juan el Bautista resucitado; otros, que Elías, que ha regresado a la tierra; otros, Jeremías o alguno de los antiguos profetas, que ha vuelto para anunciar el reino de Dios —respondieron los apóstoles.

—  Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Ellos se sorprendieron; no sabían qué decir. Hasta que Pedro contestó:
—  Tú eres Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo.     
— Eres bienaventurado, Pedro, porque esa Verdad te la ha revelado mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Te daré las llaves del reino de los cielos. Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.

23.  La transfiguración del Señor. Mateo 17, 1-9.    
Días después, Jesús subió a un monte con Pedro, Santiago y Juan. De pronto, vieron cómo un resplandor rodeaba el cuerpo de Jesús, su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. A continuación, vieron cómo conversaba con Moisés y Elías.
—  Si quieres, hago tres tiendas, sugirió Pedro a Jesús—: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No había terminado de hablar cuando una nube resplandeciente cubrió todo el lugar. Desde la nube se oyó una voz que decía: 
—  Este es mi Hijo amado. Escuchadlo.
Los tres apóstoles se llenaron de temor.
Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo:
—  No tengáis miedo. Levantaos. Y no contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

24.  El perdón de las ofensas. Mateo 18, 21-35.    
Jesús perdonaba siempre los pecados y las ofensas. Pedro se acercó a Él y le preguntó:

— Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a una persona que me insulte o me haga daño? ¿Siete veces?
— Setenta veces siete —respondió Jesús. Y para que lo entendiera mejor, se lo explicó con un ejemplo—. Es como la historia del rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. Uno de ellos le debía mucho dinero, y el rey lo condenó a la cárcel. Pero el servidor le suplicó y le prometió que devolvería todo. El rey le escuchó y le perdonó la deuda. Nada más salir, el servidor se encontró con un compañero que le debía muy poco dinero, pero, en vez de perdonarle, lo metió en la cárcel hasta que le devolviera todo. Al enterarse el rey, llamó a su servidor y le dijo: «¿Por qué no te has compadecido de tu compañero, como yo me compadecí de ti?». Entonces lo mandó a la cárcel por su mala acción. Pues lo mismo hará mi Padre con vosotros si no os perdonáis unos a otros de todo corazón.

25.  La mujer adúltera. Juan 8, 1-11.
Un grupo de fariseos quiso encontrar un motivo para acusar a Jesús, y para ello, le presentaron a una mujer que había pecado.
 Maestro, esta mujer se ha ido con otro hombre que no era su marido. Según la ley, deberíamos apedrearla, ¿Tú qué dices?
Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en la tierra. Después se incorporó y dijo:
 Aquel de vosotros que no haya pecado, que tire la primera piedra.
A continuación, volvió a inclinarse y siguió escribiendo.
Uno a uno, todos los que la acusaban se fueron retirando, hasta que por fin sólo quedaron Jesús y la mujer.
 ¿Nadie te ha condenado?
  Nadie, Señor – contestó temerosa la mujer.
—  Tamp
oco yo te condeno. Vete, y no peques más.

 

26.  La verdadera libertad. Juan 8, 12; 31-38.    
—  Si seguís mis enseñanzas, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres —dijo Jesús a los judíos.
—  Nosotros somos libres —respondieron-. Somos hijos de Abraham. Nunca hemos sido esclavos.
Pero Jesús les hablaba de la verdadera libertad.
—   Quien peca se hace esclavo del pecado. Pero si me seguís, seréis verdaderamente libres y no pecaréis, porque Yo soy la luz del mundo.
El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida.

27.  Marta y María. Lucas 10, 38-42.    
Al pasar por Betania Jesús fue a visitar a unos amigos. Los hermanos: Marta, María y Lázaro.
Marta recibió a Jesús con alegría. En cuanto Él entró en casa, María se sentó a sus pies y se quedó escuchando con atención su palabra. Mientras tanto, Marta iba y venía, ocupada en atender bien a la visita.
Marta se acercó a Jesús y le dijo:
—   Señor, estoy haciendo todo el trabajo yo sola. ¿Por qué no dices a mi hermana que venga a ayudarme? 
—   Marta, Marta, andas preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria —dijo Jesús—.
María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.

28.  El Padrenuestro. Lucas 11, 1-13.  
A menudo, Jesús se retiraba a algún lugar solitario para rezar con su Padre Dios.
Un día, cuando Jesús volvió de sus oraciones, los discípulos le pidieron que les enseñase a rezar.
Entonces Jesús les reunió y les enseñó el Padrenuestro. Les enseñó a pedir a Dios Padre, con toda confianza y sencillez.
—  Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá —dijo Jesús—. ¿Qué padre, si su hijo le pide un pez, le da en su lugar una serpiente? ¿Acaso si vuestro hijo os pide un huevo, le dais un escorpión? Pues si los hombres sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!

29.  La muerte de Lázaro. Juan 11, 1-16.
Cuando Lázaro enfermó, sus hermanas Marta y María mandaron a Jesús este mensaje:
—    Señor, tu amigo está enfermo.
—    Esa enfermedad servirá para dar a conocer la gloria del Hijo de Dios —dijo Jesús, y permaneció dos días más en el mismo lugar.  Pasados esos días, decidió ir donde Lázaro.
—    Pero, Maestro, allí en Judea reina Herodes y quiere matarte —le advirtieron sus discípulos.
Pese a todo, Jesús insistió en ir.
—    Lázaro ha muerto —dijo a sus discípulos—.  
Ahora creeréis. Vamos, pues, a su casa.
Entonces Tomás dijo a los otros discípulos:
—    Vayamos también nosotros a morir con Él.

 
30.  Las hermanas se quejan de Jesús. Juan 11, 17-32.
Cuando Jesús y los apóstoles llegaron a la aldea de Lázaro. Él ya llevaba cuatro días enterrado. Una de sus hermanas, Marta, salió al encuentro de Jesús y le dijo:
—   Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
—   Tu hermano resucitará —respondió Jesús.
—   Ya sé que resucitará al final de los tiempos. 
—   Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí no morirá jamás —dijo Jesús. 
—   Sí. Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo. Cuando terminaron de hablar, Marta se fue a llamar a su hermana María.
—  El Maestro está aquí y te llama —le dijo. María corrió al encuentro de Jesús. Cuando lo vio, se echó a los pies de Jesús y exclamó: 
—   Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.

 

31.  La resurrección de Lázaro. Juan 11, 45-57.
Marta y María, las hermanas de Lázaro, estaban desconsoladas por la muerte de su hermano.
Jesús, conmovido, rompió a llorar. Y todos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Jesús mandó quitar la piedra que tapaba el sepulcro.
—   Señor, tiene que oler muy mal. Hace ya cuatro días que murió – dijo Marta.
—   ¿No te he dicho que, si tienes fe, verás la gloria de Dios? – respondió Jesús.    
Cuando quitaron la piedra, Jesús elevó los ojos al cielo, dio gracias y dijo en voz alta:
—   ¡Lázaro, sal fuera!
Lázaro salió envuelto en las telas con que lo habían enterrado.
—   Quitadle las vendas y dejadle ir — ordenó Jesús. 
Todos quedaron asombrados y muchos creyeron en Él. 

Otros, en cambio, fueron a contar lo sucedido a los fariseos. Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron y decidieron matar a Jesús porque si le dejamos hacer estos signos, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar Santo y nuestra nación.

 

32.  El encuentro con Zaqueo. Lucas 19, 1-10.
Cuando Jesús entró en Jericó, mucha gente salió a recibirlo. Un hombre llamado Zaqueo también quiso verlo, pero como era muy bajito y había tal multitud, no lo consiguió. Entonces se adelantó a Jesús y se subió a un árbol para poder divisarlo desde ahí.
Cuando Jesús llegó a su altura, se paró, levantó su mirada hacia él y le dijo:
—   Zaqueo, baja. Hoy me hospedaré en tu casa.
Zaqueo, feliz, bajó a toda prisa y fue a su casa a prepararlo todo.  
Mientras tanto, los fariseos murmuraban:
—   Se ha alojado en casa de un pecador. 
Pero Zaqueo acogió a Jesús y se convirtió. 
—   Daré la mitad de mis bienes a los pobres —prometió Zaqueo—. Y si he engañado a alguien, le devolveré el doble.

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