top of page

Moisés

Moiseés_zarza.jpg
40_años_en_el_desierto.png
Moisés_tablas.jpg

1.  Nacimiento de Moisés. Éxodo 1, 1-22; 2, 1-10
Pasaron cuatrocientos veinte. José había muerto, y los israelitas siguieron creciendo en número. Entonces llegó al trono de Egipto un faraón, que nada sabía de José y que temía a los israelitas. 
—  Dentro de poco, los israelitas van a ser más numerosos que nosotros, los egipcios —dijo el faraón—. Pero tengo una idea para hacer que no sigan multiplicándose. 
Entonces ordenó que mataran a los niños israelitas recién nacidos y solo dejasen con vida a las niñas. Sin embargo, no todo el mundo cumplió la orden del faraón. 
Ese fue el caso de una mujer israelita que escondió unos meses a su hijo recién nacido. Cuando ya no podía ocultarlo por más tiempo, lo puso en una cesta y la dejó a la orilla del río. La hija del faraón bajó a bañarse al río y encontró la cesta.
Vio al niño llorando y decidió adoptarlo. Miriam, hermana del bebé, que lo vio todo, aprovechó para acercarse a la hija del faraón y ofrecerle una mujer para cuidar al bebé. Era su madre, la madre del bebé. Y la hija del faraón aceptó.

2.  Moisés crece. Éxodo 2, 11-15
La hija del faraón llamó al niño Moisés, que quiere decir «salvado de las aguas». 
Moisés creció en casa del faraón, pero sin olvidar que era un israelita. 
Ya mayor, un día fue a ver a sus hermanos israelitas y descubrió que los egipcios los trataban muy mal. Viendo cómo un egipcio azotaba a uno de sus hermanos, Moisés se enfrentó a él, y el egipcio murió. 
Al día siguiente, vio a dos israelitas peleando y quiso poner paz entre ellos. Pero uno de ellos le dijo enfadado: 
—  ¿Qué vas a hacer? ¿Matarme igual que mataste ayer al egipcio?  
Moisés se dio cuenta entonces de que todo el mundo conocía la muerte del egipcio, y pensó que el faraón también lo sabría y le castigaría. Y decidió huir. Moisés salió de Egipto y llegó a la tierra de Madián. 

3.  Moisés en el país de Madián. Éxodo 2, 16-25
Al llegar a la tierra Madián, Moisés se sentó junto a un pozo. En ese momento, llegaron al pozo siete hermanas, que venían a dar de beber a sus ovejas. Pero entonces aparecieron unos pastores y quisieron echarlas de ahí. Moisés defendió a las hermanas y las ayudó a dar de beber a su rebaño.  Cuando volvieron a casa, las hermanas contaron a Jetro, su padre, lo que había sucedido. 
—¿Y dónde está ese hombre que os defendió? —preguntó Jetro—. Id a buscarlo. Le invitaremos a comer. 
Moisés aceptó la invitación, y acabó casándose con una de las hermanas, Séfora. 
Mientras tanto, los israelitas seguían sufriendo en Egipto. Pero Dios escuchó sus lamentos. 
Había llegado el momento de sacar a su pueblo de Egipto y cumplir la promesa que hizo a Abraham, a Isaac y a Jacob.

4.  La zarza ardiendo. Éxodo 3, 1-17; 4, 1- 17
Un día, Moisés estaba con sus ovejas cuando, a lo lejos, vio una zarza ardiendo. Pero, por más que ardía, el fuego no la consumía.
Cuando Moisés se acercó a verla, Dios le habló:
—  No te acerques, Moisés. Quítate las sandalias, porque la tierra que pisas es sagrada —le dijo—. Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. He oído los lamentos de mi pueblo, de los israelitas que están en Egipto, y quiero que vayas allí y los liberes. Los sacarás de ese país y los llevarás a la tierra que prometí a vuestros padres Abraham, Isaac y Moisés preguntó:
—  Si el pueblo quiere saber el nombre de su Dios, ¿qué diré?
Dios respondió:
—  Yo soy el que soy.
Entonces Dios dio a Moisés el poder de hacer cosas prodigiosas, como transformar un cayado en una serpiente, para que los israelitas le creyeran y lo siguieran.

 

5.  Regreso de Moisés a Egipto. Éxodo 4, 18-31; 5, 1-23;6,1
Moisés fue con su hijo y con su esposa, Séfora, a Egipto, tal como Dios le dijo. Su hermano Aarón salió a su encuentro, pues Dios así se lo pidió. Juntos, Aarón y Moisés se presentaron ante los israelitas y les contaron la misión que Dios les había encargado. Moisés convirtió su cayado en una serpiente y todos le creyeron. Entonces todos se inclinaron ante él y dieron gracias a Dios.
Después, Moisés y Aarón fueron a hablar con el faraón y le pidieron que dejara salir a los israelitas de Egipto para celebrar una fiesta en honor de su Dios. Pero el faraón dijo:
—  Yo no sé qué Dios es ese. No dejaré salir al pueblo de Israel de mi territorio.
No contento con eso, obligó a los israelitas a trabajar mucho más duro que antes. 
—  Por tu culpa, ahora nos tratan aún peor —se quejaron los israelitas a Moisés.
Moisés, que no sabía qué hacer, rezó a Dios. Y Dios le dijo: 
—  Ahora verás lo que voy a hacer.  El faraón no tendrá más remedio que dejaros salir de Egipto.

6.  Moisés y el faraón: las primeras plagas. Éxodo 7, 8-29; 8, 1-11
Para remover el corazón del faraón, Moisés y Aarón volvieron a pedirle que dejase salir a su pueblo. 
—  Los israelitas nunca saldrán de Egipto —respondió el faraón. 
Entonces Aarón tiró al suelo el cayado y este se convirtió en una serpiente. Pero los magos del faraón le imitaron y también sus bastones se convirtieron en serpientes. Y, aunque la serpiente de Aarón se comió a las demás, el faraón no cambió de idea.
Entonces Aarón golpeó las aguas del río Nilo con su cayado. Al instante, las aguas se convirtieron en sangre. Esa fue la primera plaga. Los peces murieron y el agua no se pudo beber. Pero los magos del faraón también convirtieron el agua en sangre y el faraón no cambió de idea. 
Después, Aarón extendió sus manos sobre el río y todo Egipto se llenó de ranas: las casas, las calles, los almacenes. Esa fue la segunda plaga. Pero los magos del faraón también fueron capaces de hacer -lo mismo, llenaron el país de ranas, y el faraón no cambió de idea. 

7.  Las segundas plagas. Éxodo 8, 12-28; 9, 1-26
Moisés y Aarón siguieron haciendo prodigios delante del faraón. Y esta vez los magos del faraón no pudieron imitarlos. 
Primero, convirtieron el polvo de la tierra en mosquitos. Nubes de mosquitos invadieron el país y picaron a las personas y a los animales. Después de los mosquitos, llegaron los tábanos, que invadieron todo Egipto, menos la región donde vivían los israelitas. 
Más tarde, una epidemia terrible hizo que murieran todas las vacas, las ovejas, los caballos. . . Solo el ganado de los israelitas, de los judíos, quedó sano. 
Pero el faraón no cambió de opinión ante estas plagas y siguió empeñado en no dejarles salir.
Pocos días después, las personas y los animales egipcios se llenaron de llagas en la piel. Y más tarde, una terrible tormenta de rayos, truenos y granizo asoló los campos egipcios. Solo la región donde vivían los israelitas se libró del granizo.

8.  Las terceras plagas. Éxodo 9, 27-35
Los truenos y el granizo seguían cayendo en Egipto. Entonces, el faraón llamó a Moisés y a Aarón, y les dijo: 
—  Esta vez he pecado. Rezad a Dios para que se acabe esta tormenta y os dejaré marchar. 
Moisés levantó sus manos hacia el cielo. 
Al momento, dejó de llover y cesaron los truenos y el granizo. 
Cuando el faraón vio que la tormenta había cesado, se echó atrás y siguió empeñado en no dejar salir a los judíos. 
Los consejeros del faraón le dijeron: 
— El pueblo egipcio ya ha sufrido bastantes desgracias. Deja salir a los israelitas para que vayan a dar culto a Dios. 
—  De ninguna manera —insistió el faraón.

9.  Las puertas marcadas con sangre. Éxodo 10, 11-29; 12, 1-32
Aún ocurrieron en Egipto más desgracias. 
Primero llegó del desierto una plaga de langostas que arrasó las cosechas. Después, una densa tiniebla cubrió todo el país durante tres días.
Entonces, el faraón llamó a Moisés y le dijo:
—  Marchaos de aquí. Y procura que no vuelva a verte, porque entonces te mataré. 
Pero, después de decirlo, el faraón volvió a incumplir su palabra y, una vez más, impidió que los israelitas salieran de Egipto. Entonces llegó la última desgracia, la más terrible.
Dios mandó a Moisés que todos los israelitas cenaran aquella noche un cordero y que marcaran con la sangre del cordero las jambas y el dintel de la puerta. 

En las casas de los egipcios que no estaban marcadas con sangre, una enfermedad desconocida provocó la muerte de los primogénitos. También el faraón encontró muerto a su hijo mayor. Solo los israelitas escaparon de esta desgracia.
Inmediatamente ordenó a Moisés y a Aarón que abandonaran Egipto con su pueblo.

 

10.  Camino del mar Rojo. Éxodo 13, 17-22; 14, 5-15
Los israelitas habían vivido en Egipto más de cuatrocientos años. Al llegar, apenas sumaban cien personas, pero cuando se fueron, eran muchos miles. Todos ellos salieron y se dirigieron al mar Rojo dando un rodeo. Así, evitaron encontrarse con enemigos como los filisteos. 
Una nube enviada por Dios los guiaba durante el día y una columna de fuego y en ningún momento Dios dejaba de indicarles el camino. 
Pero el faraón de Egipto aún volvió a cambiar de idea una vez más. Arrepentido de haber dejado salir a los judíos, marchó en su persecución con todo su ejército. Cuando los hijos de Israel vieron los carros y caballos egipcios, temieron por sus vidas. 
—    ¡Nos van a matar! —se quejaron.
—    No temáis —respondió Moisés—. Manteneos firmes. Dios velará por nosotros, Él nos protegerá de los egipcios.

11.  El paso del mar Rojo. Éxodo 14, 16-31
Cuando llegaron al mar Rojo, Dios dijo a Moisés: 
—  Ordena a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende la mano sobre el mar, y el mar se partirá en dos. 
Moisés extendió su mano tal como Dios le había dicho. Al momento, un fuerte viento abrió un camino en medio del mar. A los lados se formaron dos grandes murallas de agua.
Guiados por el Ángel de Dios, que iba al frente, los israelitas atravesaron el camino entre las murallas de agua, y llegaron sanos y salvos a la otra orilla.
Cuando salió el sol, el ejército del faraón se lanzó por ese mismo camino en persecución de los judíos. Pero Moisés volvió a extender su mano sobre el agua y las murallas de agua se derrumbaron de golpe. El mar volvió a ser como antes y todo el ejército del faraón quedó sepultado bajo sus aguas.
Así salvó Dios al pueblo de Israel.
Los israelitas creyeron en Dios y obedecieron a su siervo Moisés.

12.  Acciones de gracias. Éxodo 15, 1-21; 13, 3-10
Cuando los israelitas se encontraron a salvo, después de cruzar el mar Rojo, Moisés y los hijos de Israel dedicaron un cántico al Señor. 
—  Mi fuerza y mi refugio es el Señor. Él fue mi salvación. El es mi Dios, yo lo alabaré; el Dios de mi padre, yo lo aclamaré —le cantaron solemnemente, reconociendo su majestad y su poder. 
Y siguieron cantándole, dándole las gracias y prometiendo estar siempre con El.
Moisés dijo a los israelitas:
—  Tenéis que recordar siempre este día, el día que Dios, con su inmenso poder, os sacó de Egipto. 
Desde entonces, los judíos celebran ese día la fiesta de la Pascua. Y, tal como indicó Dios a Moisés, durante unos días solo comen pan sin fermentar, pan ácimo, que les recuerda que salieron de Egipto deprisa, sin dar tiempo a que fermentara el pan.

13.  Los primeros pasos en el desierto. Éxodo 15, 22-27; 16, 1-12
Después de descansar, Moisés hizo partir a los hijos de Israel hacia la tierra prometida. Caminaron tres días hacia el desierto del Sur, sin encontrar agua en todo el camino. Cuando por fin descubrieron un manantial, resultó que sus aguas eran amargas. 
Entonces Moisés rezó y Dios le respondió. Siguiendo las indicaciones de Dios, Moisés tiró al agua un madero, y el agua se volvió dulce. Así pudieron saciar su sed. Más tarde acamparon en el oasis de Elim, donde había doce manantiales y setenta palmeras. 
Continuaron caminando por el desierto y, poco a poco, se fueron quedando sin comida y sin bebida. 
—   ¡Ojalá nos hubiéramos quedado en Egipto, donde nos hartábamos de pan y carne! —se quejaron los israelitas, olvidando lo mucho que habían sufrido allí. 
Moisés rezó al Señor, y Él le respondió: 
—   He oído vuestras lamentaciones y voy a hacer llover pan del cielo para vosotros. Y esta tarde comeréis carne. 

14.  Las codornices, el maná y el agua. Éxodo 16, 13-35; 17, 1-7
Aquella misma tarde, una gran bandada de codornices cayó sobre el campamento y los israelitas comieron en abundancia.

Y al día siguiente, cuando se levantaron, vieron que el suelo estaba cubierto por una capa de rocío. El rocío se evaporó y quedaron a la vista multitud de pequeños granos. Parecía escarcha.  
—   ¿”Man hu”? —preguntaron los judíos, que significa «¿qué es esto?». 
—   Este es el pan que envía Dios como alimento —dijo Moisés. Y lo llamaron «maná». El maná sabía a torta de miel, y los israelitas se alimentaron de él hasta que llegaron a la tierra prometida.
Por el camino volvieron a sentir sed, una vez más fueron a quejarse a Moisés. 
—    ¿Qué voy a hacer con este pueblo?  —preguntó entonces Moisés a Dios.
—    Golpea esa piedra —dijo Dios señalando a una roca— con el mismo cayado con el que abriste las aguas del mar Rojo y un manantial de agua brotará de ella. 
Y así sucedió.

15.  Victoria contra Amalec. Éxodo 17, 8-16
Los israelitas, además de luchar contra el hambre y la sed, también tuvieron que enfrentarse a los pueblos vecinos que les declaraban la guerra. Así, estando en Rafidim, vinieron los amalecitas a atacarlos. 
Moisés pidió a Josué que escogiera a varios hombres y, con ellos, se defendiera del ataque. 
Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a un monte desde donde podían observar a los dos ejércitos. Estando en lo alto, Moisés alzó las manos al cielo y comenzó a rezar. Pronto observaron que, cada vez que Moisés bajaba las manos, vencían los amalecitas; mientras que, si las elevaba al cielo, ganaban los israelitas. 
Como Moisés se cansaba, Aarón y Jur sostuvieron sus manos en lo alto durante todo el día, hasta la puesta de sol. Y finalmente, ganaron los israelitas.
Todo el pueblo se alegró y levantaron un altar para honrar a Dios y darle las gracias.

 

16.  Consejo de Jetro a Moisés. Éxodo 18, 1-27
Desde la tierra de Madián llegó al campamento Jetro, el hombre que acogió a Moisés cuando huyó de Egipto. Moisés lo recibió con los brazos abiertos y le contó todas las maravillas que Dios había hecho por amor a su pueblo: cómo les había sacado de Egipto, cómo había partido el mar en dos, cómo había hecho que lloviera maná... Jetro escuchó asombrado. 
—    Realmente, el Dios de los israelitas es el verdadero Dios —reconoció. 
Al día siguiente, Moisés se sentó al aire libre y recibió la visita de los israelitas. Desde la mañana hasta la noche estuvo atendiendo las peticiones de su pueblo, intentando solucionar sus problemas. Era demasiado trabajo para Moisés, y Jetro enseguida se dio cuenta.
—   ¿Por qué no escoges a varios hombres justos y les enseñas las leyes de Dios? —sugirió a Moisés—. Ellos harían de jueces y se ocuparían de los asuntos menos importantes. Y tú podrías encargarte de los problemas más difíciles y dedicarles el tiempo necesario.
Moisés agradeció y puso en práctica el buen consejo. 

17.  Moisés en el Sinaí. Éxodo 19, 1-25
Tres meses después de haber salido de Egipto, los israelitas llegaron a los pies del monte Sinaí y acamparon allí.
Dios llamó a Moisés para que subiera a la cima de la montaña para hablar con Él.
Tenía muchas cosas que decirle y todas eran muy importantes. Quería que Moisés contará a su pueblo que Dios iba a formar una alianza con ellos, ya no serían un pueblo cualquiera, sino un reino de sacerdotes, una nación santa. Quería que supieran que Él siempre estaría con ellos. 
Tres días después, Dios volvió a bajar al monte Sinaí. Lo hizo en medio de truenos, relámpagos y sonidos de trompetas. Y de nuevo invitó a Moisés a hablar con Él. A solas. Cara a cara.

18.  Los diez Mandamientos. Éxodo 20, 1-17
En lo alto del monte, Dios dio a Moisés los Diez Mandamientos y le dijo:
—    No tendrás otro Dios que a Mí.
Entonces recordó a Moisés que Él había creado el cielo y la tierra, y que les había librado de la esclavitud de Egipto, y que solo a Él debían adorar. 
—   No tomarás mi nombre en vano —y Moisés supo que Dios quería que se hablara de Él con respeto.
—  Acuérdate de celebrar los días de fiesta —dijo Dios—. Son días de descanso y oración en honor del Señor tu Dios. 
Y Moisés recordó que también Dios descansó al terminar la Creación. 
—   Ama y respeta a tu padre y a tu madre —continuó Dios—. 
Y estos fueron los cuatro primeros mandamientos. 
Dios continuó con el quinto mandamiento: 
—  No matarás —dijo Dios a Moisés, y le explicó que los hombres eran obra de Dios y había que tratarlos bien. 
—  No cometerás adulterio —siguió diciendo Dios, y le explicó que cada hombre debía respetar a la mujer de su prójimo, y cada mujer, al marido de otra mujer; después, continuó—: No robarás.  No dirás mentiras sobre los demás; dirás siempre la verdad. 
Y acabó diciendo: 
— No tendrás envidia de lo que tienen los demás ni querrás poseerlo, y serás generoso con los necesitados.

19.  Moisés desciende del Sinaí. Éxodo 20, 18-21; 24, 1-11
Al terminar de hablar con Dios, Moisés bajó del monte, que aún seguía cubierto de nubes. Todos esperaban nerviosos. ¡Tenían tantas ganas de saber lo que Dios había dicho! Cuando Moisés les contó los mandamientos que le había transmitido Dios, no dudaron un instante:
—   Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor —dijeron a una. 
Y para que lo recordarán mejor, Moisés escribió las palabras de Dios, la Ley. Luego, para celebrarlo, levantó un altar con doce piedras, una por cada tribu de Israel, y ofreció a Dios un cordero en sacrificio. Y con su sangre roció al pueblo. 
La sangre significaba vida y era la nueva vida que Dios les daba estando con Él, teniendo la alianza.

 
20.  Moisés vuelve al Sinaí. Éxodo 25, 12-18; 26-30
Los israelitas seguían acampados al pie del monte Sinaí cuando Dios volvió a llamar a Moisés.
Esta vez Moisés estuvo en la cima, hablando con Dios, durante cuarenta días y cuarenta noches. 
En ese tiempo Dios explicó a Moisés cómo construir un Santuario. Ese sería el lugar donde el pueblo podría hablar a Dios y rezarle.  Además, se podría llevar de un lado a otro, acompañaría siempre a los israelitas su largo viaje.
Dios explicó también a Moisés cómo hacer un arca de madera revestida de oro.
Entre instrucciones para construir el Santuario, el Arca y otros objetos, así como la forma en la que debían vestirse y actuar los sacerdotes, pasaron los días. 

 

21.  Celebración del sábado. Éxodo 31, 12-18
Dios recordó a Moisés que Él, después de terminar su gran obra, la creación, descansó el último día. De la misma manera, para celebrarlo todos juntos, Dios pidió a los israelitas que no trabajarán el sábado. Ese día podrían recordar a Dios de forma especial dedicando más tiempo a rezar. 
—   Será una señal entre mi pueblo y Yo —dijo Dios. 
Cuando Dios acabó de hablar, le dio a Moisés el regalo que debía guardar en el Arca, dentro del Santuario. Se trataba de las dos tablas de piedra en las que Dios había escrito los Diez Mandamientos: las Tablas de la Ley.

22.  El becerro de oro. Éxodo 32, 1-6
Moisés pasó muchos días hablando con Dios en lo alto del monte Sinaí, dentro de una nube. Mientras tanto, el pueblo empezó a ponerse nervioso. 
—   ¡Cuánto tarda! ¿Y si no vuelve? —pensaban muchos israelitas—. ¿Será que Dios nos ha abandonado después de hacernos salir de Egipto, después de ayudarnos a cruzar el mar Rojo? 
¿Qué haremos ahora, en medio del desierto?  No podemos vivir sin Dios. 
Desesperados, pidieron a Aarón, el hermano de Moisés, que les hiciera un dios que les guiara.  Entonces Aarón les dijo que se quitaran los pendientes y las joyas, y con ellas fabricó un becerro de oro. 
Al verlo, todos dijeron: 
—    Este es el dios que nos ha sacado de Egipto.  
E hicieron una gran fiesta. 

23.  Moisés desciende del Sinaí y castiga al pueblo. Éxodo 32, 7-35
Dios vio que su pueblo estaba adorando a otro dios y se entristeció. 
—  Qué pronto se han apartado del buen camino —dijo Dios—. Se merecen un castigo. 
Pero Moisés rogó a Dios que tuviera paciencia y los perdonase. Después, tomó las Tablas de la Ley, las tablas de piedra en las que Dios había escrito los mandamientos, y bajó de la montaña. Al llegar al campamento, encontró al pueblo bailando alrededor del becerro de oro, adorándolo como a un dios. Entonces se enfadó tanto que tiró al suelo las Tablas de la Ley, que se hicieron añicos. Al momento, cesaron las danzas y los cantos. Se hizo el silencio. 
Moisés agarró el becerro y lo quemó. De él solo quedó un montón de polvo, Moisés cogió el polvo, lo mezcló con agua y dio de beber esa agua a todos los israelitas. 
Después, riñó a Aarón por haber construido el becerro de oro y volvió a dirigirse a Dios.
—    Señor, te ruego que perdones el pecado de este pueblo —pidió una vez más.

 

24.  El rostro radiante de Moisés. Éxodo 34, 1-35
Dios mandó a Moisés que preparara otras dos tablas de piedra como las que se habían roto.
—   En ellas volveré a escribir la Ley —le dijo—. Mañana sube otra vez al monte Sinaí. 
Moisés subió al monte y Dios bajó sobre una nube. Cuando se encontraron, Moisés se arrodilló y alabó a Dios, que era compasivo y paciente, lleno de amor y fiel. 
—  Mira, voy a renovar la alianza con los israelitas. Siempre estaré con vosotros —dijo Dios, y volvió a escribir los Diez Mandamientos en las tablas de piedra.
Moisés pasó otros cuarenta días y cuarenta noches en el monte Sinaí. 
Cuando bajó, un resplandor especial iluminaba su cara, la luz de haber estado con Dios. Era tal la luz que, al llegar al campamento, los israelitas apenas podían mirarle a la cara. Desde entonces, Moisés se cubría el rostro para hablar con el pueblo y solo se lo descubría para hablar con Dios. 

25.  La construcción del Santuario o Tienda del Encuentro. Éxodo 40, 1-15; 34-38
Moisés reunió a todos los israelitas y les dio las instrucciones para construir el Santuario que Dios le había encargado. 
Los mejores artesanos trabajaron en ella hasta que quedó perfecta. Una vez terminada, Moisés la examinó y vio que todo se había hecho exactamente como Dios lo había pedido:  el arca, la mesa de los panes, la pila de agua, el altar, el candelabro de oro, los vestidos de los sacerdotes... 
Moisés dio las gracias a los artesanos y los bendijo. Después, guardó las Tablas de la Ley dentro del Arca, levantó el altar y quemó incienso en honor de Dios.
Una nube cubrió el Santuario. Era la señal de que Dios estaba allí. 
Y la gloria de Dios lo llenó todo. 
Desde entonces, los israelitas esperaban a que la nube se levantara del Santuario para avanzar.
Si se quedaba quieta, no caminaban. Si se levantaba, continuaban su camino.

 

26.  Descontento en el pueblo. Números 9, 1-23; 10, 1-36; 11, 1-15
Llegó el momento de celebrar la Pascua. Después de las celebraciones, la nube que cubría el Santuario se alzó. Era la señal. Levantaron el campamento y siguieron caminando hacia la tierra prometida. 
Durante el camino, los levitas eran los encargados de llevar a hombros el arca donde se guardaban las Tablas de la Ley. Así anduvieron por el desierto durante días. Pero el cansancio y el hambre hicieron que el pueblo comenzara a protestar. 
—  ¡Ojalá tuviéramos carne para comer! —se quejaban—. ¡Con todo el pescado que comíamos en Egipto! Y pepinos, y melones... Ya estamos hartos de tanto maná. Maná, y más maná... Todo el día maná. 
Moisés oyó sus quejas y se disgustó mucho. Ya no se sentía con fuerzas para seguir. 
—  ¿Dónde puedo encontrar comida para todo este pueblo que acude a mí llorando? No soporto más esta carga. Es demasiado para mí. Prefiero morir.

 

27.  Dios responde a la lamentación. Números 11, 16-35
Dios vio que Moisés no podía llevar él solo el peso del pueblo. Ni siquiera le bastaba con la ayuda de algunos jueces. 
—   Reúne a setenta ancianos prudentes y justos, que sean respetados por el pueblo, y llévalos a la Tienda del Encuentro —dijo Dios a Moisés. 
Moisés hizo lo que Dios le decía y el espíritu de Dios descendió sobre los ancianos. Así recibieron la sabiduría necesaria para ayudar a Moisés en el gobierno de Israel. 
Además, el Señor anunció que enviaría comida para un mes entero. 
—  Somos seiscientas mil personas —repuso Moisés—. ¿Cómo vas a hacerlo? No bastaría ni con todos los peces del mar. 
—  Ahora verás si se cumple mi palabra o no —dijo Dios, y envió un viento que arrastró miles de codornices hasta el campamento. Los israelitas recogieron todas las que quisieron y comieron hasta hartarse.

28.  Castigo de Miriam y de Aarón. Números 12, 1-15
Miriam y Aarón, hermanos de Moisés, sintieron envidia y comenzaron a hablar mal de él.  
—  ¿Acaso Dios sólo habla con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros? —dijeron.
Moisés no dijo nada, porque era un hombre muy sufrido y humilde. Pero Dios salió en su defensa. Llamó a Miriam y a Aarón y les dijo: 
—  Con algunos de vosotros hablo en sueños. Pero con Moisés hablo cara a cara porque es mi hombre de confianza. ¿Cómo os atrevéis a hablar mal de él?
Desapareció entonces la nube de la Tienda del Encuentro y Miriam apareció cubierta de lepra, con la piel destrozada por la enfermedad. Al verla, Aarón se dio cuenta de su pecado y pidió perdón.
—    Oh, Dios, sánala, ¡por favor! —clamó Moisés. 
Y Miriam se curó, pero antes pasó unos días fuera del campamento, tal y como debían hacer todos los leprosos.

 

29.  Los exploradores. Números 13, 1-33; 14, 1-9
Moisés mandó por delante a doce hombres fuertes, uno por cada tribu para explorar la tierra prometida.
—   Subid por el sur y fijaos cómo es la tierra, quién la habita, cómo es su suelo. . . —dijo Moisés a los exploradores. Al frente, iban Josué y Caleb.  
Pasados cuarenta días, regresaron trayendo uvas, granadas e higos. 
—   Hemos estado en la tierra prometida, y es, en verdad, una tierra hermosa y rica, que mana leche y miel —dijeron—. Pero sus habitantes son gigantes. A su lado parecemos enanos. Y sus ciudades están amuralladas. No podemos combatir contra ellos.  
A los israelitas les entró el miedo y se pusieron a gritar y a llorar.  
—   ¡Vamos a morir en el desierto! —decían—. ¡Nombremos un nuevo jefe y volvamos a Egipto! 
Solo Josué y Caleb animaron a los demás.     
—  Venga, subamos a esa tierra tan rica —dijo Josué—. No tengáis miedo de sus habitantes.
Nosotros somos más fuertes que ellos, porque contamos con la ayuda de Dios.

 

30.  Castigo y derrota. Números 14, 10-45
Cuando Dios vio que su pueblo, que estaba a punto de entrar en la tierra prometida, se dejaba llevar por el miedo, se entristeció y dijo:  
—  ¿Hasta cuándo seguirán sin creerme, después de todos los prodigios que he hecho para sacarlos de Egipto? 
Pero una vez más los perdonó.
—  En vez de los cuarenta días que tardaron los exploradores, tardareis cuarenta años en llegar a la tierra prometida —anunció Dios a Moisés—. Hasta entonces, estaréis dando vueltas por el desierto. Todos los que tenían más de veinte años cuando salieron de Egipto morirán en el desierto. 
De todos ellos, solo Josué y Caleb entrarán en la tierra prometida. 
Cuando Moisés contó al pueblo lo que había dicho el Señor, algunos no hicieron caso de sus palabras y empezaron a subir la montaña, hacia la tierra prometida. Pero allí se encontraron con los habitantes de la montaña, que les derrotaron.

 

31.  La rebelión del Coré, Datan y Abirón. Números 16, 1-35; 17, 1-15
Un día, estando en el desierto, Coré, Datan y Abirón se sublevaron contra Moisés.
No querían seguir obedeciéndole. No querían reconocerlo como jefe. 
—    ¿Quién eres tú para mandar sobre nosotros? —se quejaron. 
—    Mañana dirá el Señor quién es su elegido —dijo Moisés. 
Al día siguiente, cada familia se quedó en la entrada de su tienda. Entonces Moisés dijo: 
—   Ahora sabréis que es el Señor quien me ha enviado. Si nada sucede, es que Dios no me ha enviado. Pero si Dios hace un milagro, y la tierra abre sus fauces y se traga a los rebeldes, entonces sabréis que estos hombres se han burlado de Dios.
Nada más decirlo, el suelo tembló y la tierra se abrió delante de las tiendas de Coré, Datan y Abirón, y todos quedaron sepultados. 
Moisés y Aarón se dirigieron al Santuario para rezar a Dios y le pidieron que perdonara a la multitud. Aarón echó incienso en medio del pueblo y cesó el castigo.

 

32.  La vara de Aarón. Números 17, 16-26
Para que ya no hubiera más quejas, Dios quiso dar a todo el pueblo una señal más. 
—   Pide a los hijos de Israel que te traigan una vara por cada tribu —encargó Dios a Moisés—.   
En cada una de las doce varas irá escrito el nombre de la tribu, salvo en la vara de la tribu de Leví. En esa, deberá aparecer el nombre de Aarón. 
Moisés puso delante del Arca, en el Santuario o Tienda del Encuentro, los doce bastones con sus correspondientes nombres tallados en la madera, y allí permanecieron toda la noche.
A la mañana siguiente, cuando Moisés entró en el Santuario, se encontró que la vara de Aarón había echado brotes, yemas, flores y almendras; había florecido. 
—   Guarda la vara florecida dentro del Arca de la Alianza —dijo Dios a Moisés—. Que sirva de recordatorio para todos los rebeldes. Que, al verla, cesen sus quejas y vuelvan su corazón hacia Mí. 

 

33.  Las aguas de la roca de Meribá. Números 20, 1-13
El pueblo acampó en Cadés, en el desierto de Sin, y volvió a quejarse una vez más.   
—    ¿Por qué nos sacasteis de Egipto y nos trajisteis a este lugar donde no hay viñas ni agua para beber? —dijeron a Moisés y a Aarón.
No podían soportar la idea de tardar cuarenta años en llegar a la tierra prometida. Moisés y Aarón fueron a la Tienda del Encuentro y se dirigieron a Dios. 
—    Toma el bastón y reúne a todos —dijo Dios a Moisés—. Luego golpea esa roca y el agua brotará de ella en abundancia. 
Cuando todo el pueblo estuvo a su alrededor, Moisés dijo dubitativo:
—    ¿Podremos hacer brotar agua de esta roca?
Entonces golpeó dos veces la roca y un caudaloso manantial brotó de ella, y todos bebieron.
Pero Moisés y Aarón habían dudado de que pudiera salir agua de la roca, habían dudado de Dios, y Dios les dijo que, por no haber creído en Él, tampoco entraréis en la tierra prometida.

 

34.  Muerte de Aarón y elección de Eleazar. Números 20, 14-29
El pueblo debía seguir caminando. ¿Qué ruta tomaría? Moisés mandó un mensaje desde Cadés al vecino rey de Edom solicitando permiso para pasar por su territorio. 
—    No pisaremos tus sembrados ni tus viñas; ni beberemos el agua de tus pozos; iremos por el camino real, sin apartarnos ni a derecha ni a izquierda —dijo Moisés. 
Pero el rey de Edom se negó a dejarles pasar y salió con su ejército al encuentro de los judíos.  Entonces los israelitas tomaron otro camino. 
Al pasar por el monte Hor, Dios habló con Moisés y le dijo que subiera con su hermano Aarón y con Eleazar, el hijo de Aarón, a lo alto del monte. 
Cuando subieron, siguiendo las indicaciones de Dios, Aarón se quitó sus vestiduras sacerdotales y se las puso a Eleazar. Al terminar la ceremonia, Aarón murió en la cumbre del monte y allí fue sepultado. Cuando Moisés y Eleazar bajaron, lloraron junto al resto del pueblo la muerte de Aarón durante treinta días.

 

35.  La serpiente de bronce. Números 21, 1-9
Los israelitas reemprendieron la marcha. Pero Arad, el rey de los cananeos, los atacó por sorpresa y varios judíos fueron hechos prisioneros. Entonces el pueblo pidió a Dios que le ayudara a derrotar al ejército de Arad.  Y Dios se lo concedió.  
Continuaron el duro camino, y el pueblo volvió a impacientarse y a protestar: 
—    ¿Por qué nos habéis sacado de Egipto? 
Moriremos en este desierto. No hay pan ni agua.  
Entonces aparecieron unas serpientes venenosas. 
Algunos judíos murieron y otros resultaron heridos. Y se arrepintieron de sus quejas. 
—    Hemos pecado al murmurar contra Dios y contra ti —reconocieron ante Moisés—. Pide a Dios que desaparezcan estas serpientes. 
Moisés rezó, y Dios le encargó que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera en alto, para que pudiera verse desde cualquier lugar del campamento. 
—  Todos los que hayan sido mordidos y la miren quedarán curados —dijo Dios a Moisés.  
Y así sucedió.

 

36.  Victoria contra los amorreos. Números 21, 21-35
En su largo caminar, una vez más, los israelitas se vieron obligados a atravesar un territorio ocupado por otro pueblo, los amorreos.  
Y una vez más, enviaron este mensaje a su rey, Seón: 
—  No pisaremos tus sembrados ni tus viñas; ni beberemos el agua de tus pozos; iremos por el camino real, sin apartarnos ni a derecha ni a izquierda. 
Pero Seón no solo se negó a dejarles pasar, sino que además organizó a su ejército y atacó a Israel en el desierto. El pueblo de Israel venció a los amorreos y conquistó su territorio.
A continuación, Og, el rey de Basán, salió al encuentro de los israelitas con su ejército. 
—   No le tengas miedo —dijo Dios a Moisés—. Yo os daré la victoria. 
Entonces los israelitas se enfrentaron a Og y derrotaron a su ejército. Y también conquistaron su territorio.

37.  La burra y el vaticinio de Balaam. Números 22, 1-41; 23, 1-30; 24, 1-11
El pueblo de Israel llegó a los llanos de Moab, frente a Jericó. Al verlos, el rey de Moab, Balac, temeroso, envió a sus emisarios a ver a un tal Balaam con este mensaje: 
«Balaam, yo sé que aquel a quien tú bendices queda bendito, y aquel a quien maldices queda maldito. Te pido que maldigas a ese pueblo tan poderoso que se acerca a mi reino».
Pero Balaam se negó a maldecir al pueblo de los israelitas, que Dios había bendecido.  Entonces Dios le dijo a Balaam que fuera a ver a Balac y que dijera lo que Él le ordenara.
Así que Balaam partió hacia Moab con su burra. Por el camino, la burra se negó a andar, y por más que Balaam la insistía, la burra no quería moverse. Hasta que, de pronto, la burra habló como una persona y se quejó de que la obligará a ir a Moab. 
Y entonces Balaam vio un ángel, que venía a recordarle que solo debía decir lo que Dios le mandara. 
Balac llevó a Balaam a un alto, desde donde podía divisar el pueblo de Israel, y le pidió que lo maldijera. Pero Dios habló por boca de Balaam y bendijo a los israelitas. Balac se enfadó y despidió a Balaam.

 

38.  Idolatría del pueblo y elección de Josué. Números 25, 1-18; 27, 12-23
Algunos de los hijos de Israel desobedecieron los mandamientos de Dios. Tomaron por esposas a mujeres madianitas y dejaron de adorar a Dios para adorar al dios de sus esposas, Baal de Peor.  
Los que hicieron fiestas a ese ídolo murieron.
Para entonces, Moisés era ya muy anciano.
— Sube a ese monte —le dijo Dios—. Desde allí podrás contemplar la tierra prometida.
Moisés subió, vio la tierra prometida, se postró en tierra ante Dios en señal de gracias. 
—   Dios mío —dijo Moisés, viendo cercana muerte—. Tú que conoces el corazón todos los hombres, pon al frente este pueblo un jefe que lo guíe, para que no quede como rebaño sin pastor. 
Cuando bajó del monte, Moisés siguió las instrucciones de Dios y, ante el sacerdote Eleazar y ante la del pueblo, nombró a Josué su sucesor.

39.  Victoria contra los mandianitas e indicaciones de Moisés. Números 31, 1-24; Deuteronomio 31, 1-8
Los cuarenta años de peregrinación por el desierto estaban a punto de terminar. Se acercaba la hora de entrar en la tierra prometida. Pero antes, los israelitas tuvieron que hacer frente a los madianitas. Moisés reunió a doce mil hombres dispuestos a luchar. Juntos derrotaron a los madianitas. 
Alcanzada la paz, Moisés reunió a su pueblo y les dijo: 
—   Ya soy anciano y no entraré en la tierra prometida. Tened ánimo y valor. No temáis a los otros pueblos, porque el Señor va con vosotros.
Luego, se dirigió a Josué y, ante todos, le dijo:
—   Tú irás a la cabeza de este pueblo cuando entre en la tierra que Dios prometió a sus antepasados. Dios irá delante de ti y estará contigo, no te dejará. Así que no tengas miedo.
Después, entregó la Ley escrita a los levitas, que llevaban el Arca de la Alianza a lo largo del camino, y les mandó que la leyeran al pueblo cada siete años.

40.  Bendiciones y muerte de Moisés. Deuteronomio 32, 1-52; 33, 1-29; 34, 1-12
Moisés abrió su corazón lleno de amor a Dios, y dijo al pueblo:     
—   Que mis enseñanzas penetren como lluvia en la tierra. Alabad a Dios. Todos sus caminos son justos. Es fiel y sin maldad, justo y recto, y solo Él es Dios, Él da la vida y la muerte. 
Moisés cantó a Dios y leyó la Ley. Después, mandó a los israelitas que guardaran estas palabras en sus corazones y que se las enseñaran a sus hijos. Bendijo a cada una de las doce tribus y, sabiendo que no iba a volver a ver a su pueblo, se despidió de ellos. 
Después, siguiendo las instrucciones de Dios, subió al monte Nebo, y Dios volvió a mostrarle la tierra que había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Moisés contempló las hermosas llanuras en torno a Jericó, en la otra orilla del río Jordán; contempló los campos florecidos de Canaán… y murió.
Después de Moisés, ningún profeta en Israel habló con Dios cara a cara; ninguno fue capaz de realizar prodigios como los que hizo Moisés en Egipto. Y el pueblo israelita lloró su muerte durante treinta días. 

bottom of page