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Samuel

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1.  Nacimiento de Samuel. 1 Samuel 1, 1-28; 2, 18-21
En los montes de Efraím vivía una mujer llamada Ana. 
Ana se sentía desdichada porque no tenía hijos. Cada año iba hasta Silo y se acercaba a la Tienda de Reunión. Allí rezaba y pedía a Dios un hijo. Un año, el sacerdote Elí la vio rezar con la cara bañada en lágrimas: 
—    Te prometo, Dios mío, que, si me das un hijo, lo entregaré a tu servicio —decía. 
Entonces, el sacerdote Elí, viéndola llorar, tuvo compasión de ella y la bendijo:
—    Vete en paz y que Dios te conceda lo que has pedido.
Al año siguiente, Ana tuvo un hijo y le puso por nombre Samuel, que significa «Dios me ha escuchado», pues a Dios se lo había pedido. Y, tal como había prometido, un año después volvió con su marido al santuario para ofrecer al niño a Dios y dar gracias.
Samuel se quedó viviendo con Elí, en el santuario, y una vez al año recibía la visita de su familia, que se hizo más numerosa, pues Dios dio a Ana y su marido tres hijos y dos hijas más. 

2.  La elección de Samuel. 1 Samuel 3, 1-21
Samuel crecía entregado al servicio de Dios.
Una noche, Dios lo llamó: «¡Samuel, Samuel!». 

Al oír que le llamaban, Samuel pensó que era Elí quien lo hacía y se acercó a él. 
—    Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte.   
Dios volvió a llamar a Samuel; este se levantó y Elí volvió a repetirle que él no le había llamado. Aún vol-vieron a llamarle una tercera vez, y entonces Elí comprendió que era Dios el que llamaba a Samuel, y le dijo:
—    Ve a acostarte y, si te vuelven a llamar, responde: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». 
Así, cuando Dios volvió a llamar a Samuel, él respondió con las palabras que le había dicho Elí, y Dios le anunció el castigo que iba a recaer sobre la familia de Elí por el mal comportamiento de sus hijos. Y es que los hijos de Elí no respetaban a Dios.
A la mañana siguiente, Elí preguntó a Samuel qué le había dicho Dios, y al oír sus palabras, aceptó la voluntad de Dios. Desde entonces, Dios siguió hablando con Samuel, y todo Israel reconoció que era un profeta de Dios. 

3.  Los filisteos se apoderan del Arca de la Alianza. 1 Samuel 4, 1-11; 5, 1-8
Una vez más, los filisteos atacaron a los judíos, y los derrotaron. Entonces los ancianos de Israel decidieron llevar el Arca de la Alianza al campo de batalla. Fueron los dos hijos de Elí quienes la llevaron. Al verla, los filisteos tuvieron miedo. 
—    Ha venido Dios al campamento —decían—. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos salvará de este Dios tan pode-roso, el Dios que castigó a Egipto con todo tipo de plagas? 
Pero finalmente se lanzaron al campo de batalla y volvieron a derrotar a los judíos. Mataron a muchos, entre ellos a los dos hijos de Elí, y además se apoderaron del Arca. Al enterarse de lo sucedido, Elí se desmayó, se dio un golpe y murió. 
Ese mismo día, los filisteos pusieron el Arca de la Alianza frente a la estatua de su dios, Dagón. Pero a la mañana siguiente encontraron que la estatua de Dagón estaba en el suelo, boca abajo, ante el Arca. Los filisteos la colocaron en su sitio, pero a la mañana siguiente volvieron a encontrarla en el suelo, con la cabeza y las manos cortadas.

4.  Los filisteos devuelven el Arca. 1 Samuel 5, 9-12; 6, 1-13
Los filisteos tuvieron miedo de quedarse con el Arca y la llevaron a la ciudad de Gat. Pero, en cuanto llegó, sus habitantes se pusieron enfermos y echaron la culpa a la presencia del Arca. Entonces la llevaron a la ciudad de Ecrón.  Los de Ecrón, al verla llegar, dijeron: 
—    ¡Nos han traído el Arca del Dios de Israel para que muramos todos! 
Y pidieron a los príncipes de los filisteos que devolvieran el Arca a Israel antes de que sucediera una des-gracia. Entonces construyeron una carreta y sobre ella colocaron el Arca.
Junto al Arca pusieron objetos de oro que enviaban para pedir perdón por haberse apoderado de ella. Luego soltaron la carreta, que iba tirada por dos vacas, y esperaron a ver hacia dónde iba.  Si iba hacia Bet-Semes, sería señal de que lo que había ocurrido era cosa de Dios; si no, sería que había ocurrido por casualidad. 
Las vacas, sin que nadie las guiara, se dirigieron a Bet-Semes, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda. 

5.  El Arca regresa a Israel. 1 Samuel 6, 13-32
Los habitantes de Bet-Semes estaban segando sus campos de trigo. De pronto, vieron acercarse unas vacas con una carreta. Era la carreta que llevaba el Arca de la Alianza. La carreta se detuvo   junto a una gran piedra y todos dejaron sus tareas para acercarse allí. Para celebrar la llegada del Arca, los judíos partieron la carreta, hicieron fuego con ella, y sobre el fuego sacrificaron a las vacas y las ofrecieron en alabanza a Dios. Después los levitas tomaron con mucho cuidado y devoción el Arca y la colocaron sobre una roca. Durante todo el día le ofrecieron sacrificios. 
Sin embargo, no todos los habitantes de Bet-Semes se alegraron de tener el Arca entre ellos. Algunos no lo hicieron y, de entre ellos, setenta murieron. Entonces el pueblo, muy apenado, pidió perdón a Dios y llevó el Arca a Quiriat-Yearin, donde la recibieron con gran alegría y encargaron al sacerdote Eleazar que la guardase con mucho cuidado.

6.  Samuel, juez de Israel. 1 Samuel 7, 1-15
Samuel invitó al pueblo de Israel a volver sus corazones a Dios, y les indicó el camino:  
—    Quitad todas las imágenes de los dioses extranjeros, volveos hacia Dios y servidle solo a Él. 
Entonces los israelitas quemaron todos los ídolos. Después, el pueblo rogó a Samuel que rezara a Dios para que los librara de los filisteos. Samuel ofreció un cordero y clamó a Dios en favor de Israel. Justo en ese momento, los filisteos aprovecharon para atacar a los judíos. Pero Dios había escuchado a Samuel y, pronto, los filisteos comenzaron a oír grandes truenos y se asustaron mucho, y los israelitas los vencieron.
Samuel fue juez y profeta en Israel durante muchos años y el pueblo judío estuvo en paz con los filisteos y con los amorreos.

7.  El pueblo pide un rey a Samuel. 1 Samuel 8, 1-22; 9, 1-17
Cuando Samuel era ya un anciano, el pueblo le pidió que nombrara un rey: 
—    Así seremos como las demás naciones, que tienen un rey que les gobierna y que va delante de ellos en la batalla. 
A Samuel no le gustó esta petición. Pensaba que, al tener un rey, se alejarían de las órdenes de Dios. 
Pero el pueblo insistió y Dios le dijo a Samuel:
—    Atiende sus ruegos, y nómbrales un rey.  Poco después Dios avisó a Samuel de que al día siguiente vendría un hombre de la tierra de Benjamín. Ese hombre sería el elegido para ser rey y libraría a su pueblo de los filisteos.
A la mañana siguiente, Saúl, de la tribu de Benjamín, llegó buscando unas asnas que se habían perdido. Cuando se presentó ante Samuel, Dios le dijo: 
—    Samuel, este es el hombre del que te hablé; él reinará sobre mi pueblo. 

8.  Samuel unge a Saúl y triunfa sobre los amonitas. 1 Samuel 10, 1-27; 11, 1-15
Con los primeros rayos de sol, Samuel y Saúl salieron juntos hasta las afueras de la ciudad.  Allí, Samuel tomó la vasija de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl diciendo: 
—    Con esta ceremonia, al ungirte con aceite, Dios te elige rey de su pueblo. 
Después, Samuel reunió a los israelitas y les comunicó que Dios los había escuchado y les daría un rey. Entonces lo eligieron a suertes.  La suerte decidió que el elegido sería de la tribu de Benjamín. Y de entre toda la tribu, el elegido también por la suerte fue Saúl.  
Al presentarse ante el pueblo, Saúl destacaba por encima de todos, pues era muy alto. 
—    ¿Habéis visto al elegido de Dios? —dijo Samuel—. No hay nadie como él en todo el pueblo. 
Pero hubo más señales que confirmaron la autoridad de Saúl. Cuando los amonitas decidieron atacar Yabés, Saúl organizó un ejército, con el auxilio de Dios, y los amonitas sufrieron una gran derrota.

9.  Las victorias de Saúl y sus desobediencias. 1 Samuel 13, 1-14; 15, 1-34
Con Saúl al frente, los israelitas se defendieron de los ataques de muchos pueblos enemigos.  
Y de todas las batallas salieron victoriosos.  Pero Saúl desobedecía a Dios. 
Una vez, viendo que Samuel tardaba, Saúl ofreció él mismo el sacrificio a Dios.
—    Has obrado muy mal —le dijo Samuel cuando llegó—. Sabes que solo los levitas podemos ofrecer esos sacrificios.
Más veces desobedeció Saúl. Tras derrotar a los amalecitas, Dios pidió que destruyeran todas sus posesiones. Pero Saúl guardó lo mejor del ganado de los amalecitas. Cuando Samuel llegó, dijo:   
—    ¿Qué es ese balar y ese mugido que oigo? ¿No te dijo Dios que lo destruyeras todo? 
—    Pero guardé las mejores ovejas para ofrecérselas como sacrificio.
—    ¿No prefiere Dios la obediencia a los sacrificios? Dios se alegra en quien escucha su voz. La obediencia vale más que el sacrificio. Ahora, por haber rechazado la palabra de Dios, Él te rechaza como rey.

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