Acercamiento a la Biblia
Viernes Santo
1. Jesús, entre Pilato y Herodes. Lucas 23, 1-16.
Los escribas y ancianos del Sanedrín llevaron a Jesús ante el gobernador romano, Poncio Pilato, y le pidieron que lo condenara a muerte.
— Va alborotando a nuestro pueblo, diciendo que es el Mesías, el Rey —dijeron a Pilato.
— ¿Eres tú el rey de los judíos? —preguntó Pilato a Jesús.
— Mi reino no es de este mundo. Yo he venido a este mundo para dar testimonio de la verdad.
— ¿Qué es la verdad? —volvió a preguntar Pilato.
Y como Pilato no sabía qué hacer con Él, lo envió al rey Herodes, que también estaba aquellos días en Jerusalén.
Herodes interrogó a Jesús, pero el Señor no respondió a ninguna de sus preguntas. Entonces Herodes lo despreció, se burló de Él y después lo devolvió a Pilato. Al ver el escaso interés de Herodes por Jesús, Pilato dijo:
— Yo no encuentro ningún delito en este hombre, y tampoco Herodes lo ha encontrado.
Por tanto, después de castigarlo, lo soltaré.
2. Jesús y Barrabás. Juan 19, 4-16. Mateo 27, 11-26.
Por la fiesta de Pascua era costumbre que el gobernador romano dejase en libertad a algún preso.
Aprovechando que era la Pascua, Pilato, después de azotar a Cristo, lo presentó ante el pueblo diciendo:
— Este es el hombre.
Pero el pueblo, animado por los sacerdotes, gritaba:
— ¡No, ese no! ¡Suelta a Barrabás!
Barrabás era un ladrón que había provocado grandes revuelos en la ciudad.
— ¿Qué queréis que haga con Jesús, vuestro rey? —preguntó Pilato.
— Nuestro único rey es el César —dijeron los sacerdotes—. ¡Crucifícalo!
Entonces Pilato les entregó a Jesús y se lavó las manos delante de la muchedumbre diciendo:
— Tomadlo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro en Él ningún delito. Yo no me hago responsable de su muerte. Allá vosotros.
3. Jesús, entregado a los soldados. Mateo 27, 3-5; 27-31.
Los soldados llevaron a Jesús al cuartel. Allí, unos le escupían, otros se burlaban de Él y otros le daban bofetadas mientras gritaban:
— Adivina quién te ha pegado.
Luego le quitaron la ropa y le pusieron un manto de color púrpura sobre los hombros. Le hicieron una corona de espinas y se la colocaron sobre la cabeza. Lo sentaron en una silla y comenzaron a burlarse de él diciendo:
— ¡Salve, rey de los judíos!
Mientras tanto, con una caña le golpeaban la cabeza para que se le clavaran más las espinas de la corona. Después le quitaron el manto, le pusieron de nuevo su ropa y lo llevaron para crucificarlo.
Judas, al ver todo lo que estaba sucediendo, devolvió las monedas que le habían pagado por entregar a Jesús y se ahorcó.
4. Jesús, con la cruz a cuestas. Marcos 15, 21-22. Lucas 23, 26-32.
Los soldados obligaron a Jesús a cargar con su cruz. Poco a poco, Jesús y dos ladrones a los que iban a crucificar con él subieron hacia el Calvario, el lugar de la Calavera. Jesús estaba muy débil después de recibir tantos azotes, y por tres veces cayó bajo el peso de la cruz. Tan débil estaba que los soldados obligaron a un campesino llamado Simón de Cirene a ayudarle a llevar la cruz.
Por el camino, Jesús se encontró a su Madre. Estaba rodeada de otras mujeres. Y Jesús las consoló a todas.
Entre la multitud había personas que le insultaban y personas que se compadecían de Él. Los apóstoles le abandonaron.
5. Cristo, clavado en la cruz. Lucas 23, 33-43.
Al llegar al Calvario, los soldados quitaron a Cristo su túnica, y echaron a suertes quién se quedaría con ella. Luego, lo clavaron en la cruz.
— Perdónalos, porque no saben lo que hacen —rezó Jesús al Padre.
Después dijo:
— Tengo sed.
Y uno de los soldados le ofreció una esponja empapada en vinagre.
En el mismo lugar, uno a la derecha y otro a la izquierda, crucificaron a dos ladrones.
Uno no dejaba de insultar a Cristo y le decía que si era hijo de Dios, les liberase de aquel sufrimiento. Pero el otro ladrón, llamado Dimas, le increpó: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio este nada malo ha hecho». Y le pedía a Jesús:
— «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino».
Y Jesús le respondió:
— «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».
6. María, al pie de la cruz. Juan 19, 19-27.
Pilato mandó escribir en un letrero: «Jesús Nazareno, rey de los judíos», y ordenó que lo colocaran sobre la cruz. Algunos sacerdotes, al leerlo, se quejaron ante Pilato:
— No debería poner que es el rey de los judíos. Debería poner: «Este hombre ha dicho: yo soy el rey de los judíos».
— Lo que está escrito, escrito está —respondió Pilato.
Las gentes que habían acudido al Calvario se paraban ante la cruz y se burlaban de Jesús:
— Baja de la cruz y creeremos en ti —decían riendo, y le insultaban.
Al pie de la cruz estaba su Madre con algunas mujeres y, junto a ellas, Juan, el apóstol. Jesús, al ver a su Madre, señaló a Juan y dijo:
— Mujer, ahí tienes a tu hijo —y luego, señalando a María, dijo a Juan—: Ahí tienes a tu Madre.
Y, desde aquel momento, Juan acogió a María en su casa.
7. Muerte del Señor. Marcos 15, 33-39. Juan 19, 33-34.
Al llegar al mediodía, las tinieblas comenzaron a extenderse por toda la tierra hasta las tres. Y a las tres, Jesús, en la cruz, exclamó:
— "Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?" – que significa: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Y, a continuación, en un último suspiro, dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Y murió.
Los soldados, al ver que ya había muerto, no le quebraron las piernas como era costumbre. Pero uno de ellos le clavó una lanza en el costado. Del cuerpo de Cristo salió sangre y agua.
Y el soldado que estaba frente a Cristo, al verlo morir así, dijo:
— Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios.
8. Jesús es sepultado. Mateo 27, 57-61. Juan 19, 38-42.
Cuando Jesús murió, José, un hombre rico de Arimatea, discípulo de Jesucristo, se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato mandó que se lo entregaran.
Nicodemo, el discípulo que fue a hablar de noche con Jesús, se presentó ante José con una mezcla de mirra y aloe. Entre los dos, pusieron el cadáver en una sábana limpia y lo envolvieron con vendas empapadas en la mezcla de mirra y aloe, tal como era costumbre entre los judíos. Después, colocaron el cuerpo en un sepulcro nuevo, recién excavado en una peña. Hicieron rodar una gran piedra para tapar la entrada, la sellaron y se fueron.
Cerca de allí, María Magdalena, María y otras mujeres contemplaron cómo cerraban el sepulcro.